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El asesino mira al fantasma de la víctima,
no a los ojos, sin remordimiento.
Dice a los que le rodean: no me reprendáis,
tenía miedo (…) Ha sido en legítima defensa.
¡La víctima debería pedir disculpas al asesino por el trauma que le ha causado! (…)
Pero ¿qué culpa tiene el niño?
Respondieron: Crecería y daría miedo al hijo del amedrentado.
¿Y qué culpa tenía la mujer?
Dijeron: Daría a luz a la memoria. (…)
Y vitorearon: El miedo, no la justicia, es el fundamento del poder.
El fantasma de la víctima se les apareció en el cielo límpido.
Pero cuando abrieron fuego sobre él,
no vieron ni una gota de sangre…
¡Y les entró miedo!
Mahmud Darwidsh (Traducido por Luz Gómez García)
Mientras preparaban la conquista militar de Oriente Próximo y Asia Central en 1990 y 2000, EEUU y sus socios lanzaron una gran campaña publicitaria contra el Islam y los musulmanes, presentándoles a los habitantes de 52 países del mundo (salvo a regímenes totalitarios, misóginos y financiadores del terrorismo, Arabia Saudi, la amiga) como bárbaros y salvajes, necesitados de una inyección del civismo “ judeo-cristiano”, y transportados por miles de mercenarios, tanques y bombas (ver: Dos principios de la seudo doctrina del “Choque de Civilizaciones”).
Las imágenes de lapidaciones, de mujeres golpeadas y enburkadas, o de islamistas agarrando cabezas cortadas llenaron los medios de comunicación, a la vez que unos tertulianos buscaban en el Corán aquellos versículos que justificaran tales barbaries, y otros las explicaban desde la justicia de la venganza de los colonizados, ajenos a que tales grupos fanáticos no sólo no representaban a tantas naciones de ancestrales civilizaciones diferentes, sino que habían sido fabricados en los tenebrosos sótanos del Pentágono.
Hoy ningún “contertuliano” se atreverá a preguntar, ni mucho menos afirmar, la relación entre la religión judía con la masacre de los palestinos, organizada por el Gobierno israelí, al menos que quiera ser acusado de antisemitismo, con todas sus consecuencias. El objetivo de este truco-chantaje es impedir cualquier crítica, incluso constructiva, hacia sus políticas de extrema derecha.
¿Tiene un fundamento religioso la apología del terror colectivo que propone el profesor universitario israelí Mordechai Kedar de que violando a las madres o hermanas de los militantes palestinos éstos dejarían de molestar a Israel? Idea nacida de una mente pornográfica, que proyecta la dominación masculina de la violencia sexual individual a la colectiva, involucrando a los soldados de su propio país en un crimen organizado más. La siguiente pregunta no es si este señor aún sigue en su puesto, sino ¿qué opinan sus alumnas y sus alumnos al respecto?
Los “subhumanos” de ayer y de hoy
Para banalizar el mal, haciendo que millones de personas “normales” llegasen a ser cómplices de sus crímenes, los nazis dividieron el mundo entre humanos superiores —ellos mismos—, y los Untermensch, «subhumano», que incluían a judíos, gitanos, eslavos, comunistas y homosexuales, entre otros grupos, a quienes se les podía subyugar o matar, como a los animales. Estos seres a los que con los mismos criterios subjetivos torturamos, subyugamos y matamos, a pesar de que compartimos la misma categoría biológica.
Menachem Begin llegó a llamar a los palestinos “bestias que caminan sobre dos piernas” e Isaac Shamir dijo que la cabeza de los palestinos sería aplastada como saltamontes contra las rocas y paredes. Este tipo de afirmaciones ideológicas de expresión de superioridad y la voluntad de ejercer un poder devastador sobre otros seres humanos, que estremecían a judíos como Albert Einstein y Hannah Arendt, abundan en el Antiguo Testamento, al igual que en otros libros de antiguas religiones. En él, entre ritos y oraciones, se mezclan el mito sumerio de creación —aunque con la innovación antinatural de asignarle a un hombre llamado “Adán” para que pare a la mujer—, la cosmología de los pueblos vecinos, como la dualidad persa —creadora de la pareja de antagonismo cósmico: Dios/Demonio, paraíso/infierno, Bien/Mal, etc.)—, relatos de sucesos, algunos no registrados por otras comunidades vecinas, o normas tomadas prestadas de códigos anteriores, como el de Hammurabi. Lo mismo sucede con el Corán, o con el Avesta, el Libro de los zoroastrianos que precede al Antiguo Testamento (ver: El Islam sin velo).
Guerras no tan santas
La ley de Talión de Hammurabi, recogida siglos después por la Biblia y el Corán, que en su momento supuso un gran avance en tanto que prohibía las venganzas colectivas y desproporcionadas, e imponía indemnizaciones económicas por los daños hechos (¡si no sería imposible gobernar a un pueblo sin ojos y sin dientes!), ha sufrido un importante cambio 3774 años después, por el Gobierno israelí: “Miles de vidas inocentes por daños ficticios cometidos contra nadie”. Cierto que Yahvé también sepultó bajo una montaña de rocas y un mar de fuego a los habitantes inocentes de Sodoma y Gomorra, por la actitud de unos cuantos hombres del pueblo. Un relato emblemático que es además dos veces misógino: cuando el profeta Lot pide a los violadores que dejasen en paz a sus huéspedes varones, ofreciéndoles a sus propias hijas vírgenes —sin voz ni voto y menores de edad, teniendo en la cuenta las costumbre del tiempo—, y otra cuando dios convierte a la esposa de Lot en un pilar de sal sólo porque quiso mirar por última vez a su hogar y su aldea que eran destruidas por la furia divina. Dios también exterminó a todos los cananeos y amalecitas, incluidos a los niños, aunque en otras ocasiones les permitía a sus fieles soldados que tras asesinar a todos los hombres de la localidad, se quedasen con las mujeres, los niños, el ganado y lo que pillasen se lo quedaran como botín de guerra (Deuteronomio 20:12-14). Así han hecho los gobiernos israelíes en distintas fases de la limpieza étnica palestina: en Al Nakba en 1948, en Sabra y Shatila en 1982, en Jenin y Nablus en 2002, y en Cisjordania y Gaza un día sí y otro también.
Al menos 35 rabinos acompañaron a cientos de soldados israelíes camuflados bajo la bandera de EEUU en Irak, quizás para leerles estos versículos (ver: Combat boots and kippot), anulando cualquier posible barrera moral ante las atrocidades planeadas contra la vida de 25 millones de personas que no les habían hecho nada. Israel fue el principal instigador y beneficiario de la invasión liderada por EEUU contra Irak, el principal país árabe que le desafiaba (Ver: 7 motivos (reales) por los que EEUU derrocó a Saddam Husein).
Aprovechando el temible avance de los fundamentalismos político-religiosos en el mundo y de todos los colores, algunos juristas hebreos de EEUU han propuesto restablecer la pena de muerte por decapitación como una de las cuatro formas de ejecución talmúdica —junto con la lapidación, la quema, la estrangulación—, y la forma menos dolorosa de matar a un semejante. Exigir la abolición de la pena capital es incompatible con su integrismo, al igual que para sus homólogos islamistas. En Israel, y entre decenas de maneras de intentar el genocidio palestino, se están utilizando, además de métodos prehistóricos, juguetes muy avanzados: misiles con sensores que les permiten reconducirlos después del lanzamiento si se desvían del objetivo. Por lo que matar a los niños en las playas, escuelas de la ONU y hospitales no podía haber sido por el “defecto de fábrica” del misil.
Los seres humanos de diferentes regiones del mundo que un día crearon a las divinidades para que les protegiesen de las inclemencias naturales, no sabían que iban a ser rehenes de sus propios inventos y criaturas, y que unos pocos aprovecharían su fe para nublar su razón y manipularles a su antojo.
La espiritualidad individual debe estar separada de la religión institucionalizada y ésta del poder político.
No hay nada espiritual ni moralidad en el saqueo, violación, aterramiento y asesinato a otros seres vivos, de disfrutar o beneficiarse de su dolor. No hay guerras santas, todas son diabólicas.