Extracto del libro (2007) 

 

 

 

LOS KURDOS EN IRAN

 

 

La desintegración tribal

 

 

El  principal rasgo de la actitud reivindicativa de los más de seis millones de kurdos que habitan en un país tan multiétnico, como Irán, es considerarse más iraníes que  el resto de sus  habitantes, como los azerbaiyanos, turcomanos, baluches, bakhtiyâríes o árabes, entre otras,  incluso más que los persas, tachados por los kurdos de poco fieles a las tradiciones milenarias Irán, la Tierra de los arios.

         Importante rasgo distintivo con respecto a  los sentimientos y por lo tanto a las exigencias nacionalistas de sus hermanos en Turquía y Irak, que están en países de mayoría turcos o árabes.

Estos viejos residentes de las tierras iranias,  hasta mediados del siglo XIX, se agrupaban en la organización  de un sistema  tribal, gobernado por amires “Emires”,también llamadosâghâs “Señores, quienes a cambio de  mantener su autoridad regional, heredada del  milenario sistema de sátrapas, pagaban un tributo al gobierno central. La influencia y el poder de esos jefes procedía del  control  que ejercían sobre los recursos naturales de la localidad y de su capacidad de resolver los problemas que surgían en el seno de la comunidad o entre comunidades vecinas,  como  podrían ser el reparto del terreno, el suministro del agua,  la administración de justicia, la legalización de uniones  matrimoniales y mantener la seguridad y la tranquilidad de su localidad, entre otras tareas.

En el caso de que surgía alguna discrepancia entre los âghâ, allí estaban los shaykhs, que avalados por su autoridad religiosa, tenían la última palabra para solucionarla.

          Sin embargo, la llegada del siglo XX introduce  grietas en este sistema, para más adelante, desmantelarlo casi por completo. Pues, todo el territorio iraní, incluido el Kurdistán, estaba conmocionado por un gran acontecimiento: la Revolución Constitucional (1906-1911), cuyo principal objetivo era modernizar el país, instalar un estado de derecho y el imperio de la ley, entre otras reivindicaciones populares. Mas, allí estaban en acecha, los sectores más retrógrados de la sociedad, el clero, los terratenientes y los bazaríes, comerciantes tradicionales, para que con su santa alianza acabaran con la esperanza de millones de personas. La frustración entre las poblaciones de diferentes provincias, se manifiesta principalmente en su negativa a someterse a los ordenes de Teherán, o lo que lo mismo, a la centralización de la administración del país, que iba a  acabar con un sistema inicuo para imponer otro igual de injusto, aunque con un disfraz moderno.

          Para acabar con la rebeldía de los amires de dispares regiones del país e imponer su autoridad, al gobierno central todos los métodos le eran válidos, incluido los “asesinatos selectivos”.  Una de las primeras víctimas era el desafortunado Jafar Âghâ Simetghu, el líder kurdo, quien fue invitado, en la primavera del 1907,  por el gobernador de Tabriz, la capital de Azerbaiyán, para debatir  sobre la situación de la región que aun y tras los acontecimientos de la Revolución Constitucional no había recuperado la clama. Nada más entrar en la sede del gobierno regional, Jafar Âghâ es asesinado por los agentes del gobernador. Grave error de los políticos miopes que recurren a los remedios inmediatos, sin meditar sus consecuencias. Pues, Kurdistán no olvidará tal osadía ni la perdonará.

 

 

Un bandolero político

 

          Unos diez años más tarde, Esmâíl Âghâ Semitghu, jefe del clan Shakkâk y el hijo de Jafar, que pasó de ser un respetable  bandido, a ser un carismático  líder político, no duda en organizar una rebelión contra las tropas enviadas por Teherán, comandadas por Reza Khan, un oficial del ejército, quien posteriormente y como recompensa a sus servicios a los británicos instalados en Irán, se convertirá en el fundador de la monarquía de Pahlevi. La razón de la invasión del ejercito a Kurdistán es “el colaboracionismo” de los kurdos y los azerbaiyanos separatistas con los vecinos rusos y otomanos.

          Era cierto, que Esmâíl Âghâ, como buen kurdo que era, en el camino de vengar aquel asesinato cobarde, no dudó en buscar alianzas entre los rusos zaristas -que tenían ocupada parte norteño del país-, y los turcos.

          La desaparición del Imperio Otomano, y la revolución bolchevique, que significó la retirada de las tropas rusas de Irán, le convirtió a Semitghu en la autoridad absoluta de las regiones situadas en la frontera con Turquía y la ciudad de Rezâíe. Y como nada es gratuito, sobre todo en la política, perseguir y eliminar a los asirios fue el precio que tenía que pagar Semitghu a los otomanos a cambio de la ayuda que recibía. Centenares de asirios de las ciudades de Urumíe y Hamedân fueron asesinados y el resto de la población tuvo que huir de sus casas. Un triste episodio de la historia de los kurdos iraníes que le siguió otro grave error de matar a Mar Ahimun, el obispo de los asirios, el 25 del febrero de 1918,  en el momento que dirigía una sublevación contra los otomanos y había liberado parte del Kurdistán iraní.

          Tres años después, el 6 de octubre de 1921, y ante la debilidad del régimen de Irán, las fuerzas dirigidas por el líder kurdo invadieron la ciudad de Sâvej Blâgh, la actual Mahâbâd, matando a todos los gendarmes que guardaban la urbe, saqueando los bienes de las familias aristócratas kurdas. Los triunfos militares de Semitghu fueron tan importantes que consiguió que la mayoría de los clanes kurdos iraníes se agruparan bajo su mando.

          En su cuartel, un castillo  situado en Chehrigh, en la frontera de Turquía, no faltaba nada, incluso líneas de teléfono, todo un  lujo para aquellos años, y en una región tan subdesarrollada.

 

Con los pahlevis

 

          El 20 de febrero de 1921, un golpe de Estado, organizado por los británicos, lleva a Reza Khan al poder. Hasta este momento, nunca un gobierno central iraní había tenido control sobre el Kurdistán. La formación de un régimen centralista, al estilo de Ataturk en Turquía, no en vano asustaba a los kurdos, quienes acorralados por los gobiernos hostiles de sus países, llegaron a la infantil conclusión de que para salvarse deberían contar con el apoyo de una potencia extranjera, que en este caso no era otra que la británica. Es difícil de comprender cómo Semitghu esperaba el respaldo de Londres a su causa, mientras fue precisamente aquella Casa Real quien había colocado a  Reza Pahlevi en el poder. Sabíamos que a veces “el enemigo de tu enemigo podría hacer de tu amigo” en un momento dado, pero ¿el amigo de tu enemigo?

          Ante la negativa de los europeos, el líder kurdo se acercó al gobierno turco, otro aliado de los británicos.  Se veía que  Semitghu sabía poco o nada de los juegos políticos y los intereses estratégicos  occidentales en esta zona del mundo. Pues,  los británicos, lo que menos deseaban en este momento, era un conflicto entre Irán y Turquía,  vecinos de la Unión Soviética, claves en la esfera de su influencia; de  modo que no solo evitaron una alianza entre los otomanos y los kurdos de Irán, sino  invitaron a los dos países un acuerdo, el 25 de octubre de 1922, para “evitar disturbios entre los clanes kurdos en sus fronteras”. Esa es el primer pacto entre ambos estados contra los kurdos.

          Sus intentos para atraer la simpatía de los soviéticos tampoco dieron resultados, pues, el mismo año, Moscú, mediante la firma de un acuerdo con Teherán, había dejado de apoyar a la “República Soviética de Guilân” que se había formado en el 1920, en el norte de Irán.

          En el marco de la reorganizaicion del ejercito y la destrucción del poderío de los jefes tribales por todo el territorio nacional, el monarca Pahlevi envió, el 23 de enero de 1922, a ocho mil soldados a las  tierras kurdas, para poner fin al reino de Semitghu. Los guerreros kurdos, mal armadas, no resistieron el ataque, y después de dejar miles de muertos, su líder consiguió refugiarse en Arbil, Irak, aunque sin su familia, ya que, además de dolor por el fracaso y la pérdida de sus hombres, le infamaron que  los militares habían matado a su mujer y habían llevado a su hijo de seis años como rehén .

          En Soleymanie, Semitghu es recibido por Sheykh Mahmud, el líder kurdo iraquí,  como un héroe y con honores propios de un jefe de estado. Pero, al viejo bandido kurdo le persiguen las desgracias. En poco tiempo, la amistad entre Mahmud y los británicos se rompe, y los kurdos iraquíes de nuevo se quedan desamparados. Es cuando Semitghu decide regresar a Irán, para entregarse a las autoridades. En la audiencia ofrecida por Reza Pahlevi, aunque el jefe kurdo no duda en expresarle su fidelidad hacia la corona y su admiración hacia el monarca, un año después, romper su compromiso con el soberano, forma un ejército y conquista la ciudad de Salmâs. Su victoria es más que efímera y sus hombres son derrotados sin dificultad por el ejercito real. Otra vez, Esmâil Aghâ se pone a buscar un nuevo refugio que no será otro que Turquía, donde es capturado, y tras una semana de interrogatorio, puesto en libertad. El jefe kurdo, hasta el 1928, vaga sin rumbo entre Irak y Turquía, acompañado por unos cuantos incondicionales. El gobierno iraní que conocía la debilidad del kurdo, le ofrece el permiso para regresar al país, y le propone el puesto del gobernador de la ciudad de Oshnavíe. Ingenuos los que pensaban que el dictador iraní,  un hombre cruel, asusto y vengativo, perdonaba a sus enemigos.

          En enero de 1930 Semitghu y sus hombres   regresan al país y unos días después en el medio de un encuentro con los representantes de Pahlevi, son asesinados.

          La estrategia que persiguió Semitghu, así como la suerte que corrió, se repetirá más veces entre los lideres de la confusa “causa” kurda. Confusa, porque allí se mezclaban -y se siguen mezclando- muchos intereses personales, tribales y religiosos con lo étnico.

          Esmâil Aghâ aunque en sus discursos solía hablar de un Kurdistán independiente, era consciente de que no podía ser el presidente del mismo en un futuro hipotético, -¡había demasiados aspirantes en la cola!-, y por lo tanto se apartó de otros lideres kurdos, turcos e iraquíes, para convertirse en el máximo dirigente de los kurdos de Irán, fiel a la recomendación del refrán “Más vale ser la cabeza de ratón que la cola de león“; en este contexto, y poniendo los cimientos de una mezquina tradición, no dudó en rechazar la petición de ayuda de los kurdos de Turquía que estaban luchando contra Mostafâ Kamâl Ataturk, ya que prefirió no sacrificar las discretas e interesadas ayudas que recibía de Ankara.

         De todos modos, no hay duda de que estamos ante uno de los personajes más complejos de la historia de los políticos kurdos. Un bandolero bondadoso, elegante, galán, ambicioso, moderno, oportunista y uno de los padres del nacionalismo kurdo iraní.

 

La “persanización” de las etnias

 

En los primeros años del régimen de Reza Pahlevi (1925-41), la totalidad de la población del país, debía cambiar de vestimenta tradicional, para vestirse a lo europeo. El castigo  de los desobedientes era la flagelación en publico, multa y prisión. Además, la lengua persa se convertía en la única lengua de comunicación oficial en las administraciones públicas. Junto con la política de asimilación aplicada a las minorías étnicas del país, incluido la kurda, el déspota monarca, para disolver a los kurdos en las regiones persas,  recurrió a la táctica de “deportaciones forzosas” y  envió a varias tribus, entre ellas la Jalâli, a las provincias lejanas de Fârs y Kermân. Años después, tras la Segunda Guerra y cuando le tocó al dictador marcharse “forzosamente” del país (¡cosas de la vida!), algunas familias decidieron regresar a Kurdistán, y otras, permanecen afincadas en aquellos enclaves donde fueron alojados.

          El 20 de agosto de 1941, los ejércitos de los aliados entran en Irán. Por el sur los británicos y norteamericanos y desde el norte el ejercito soviético. Se trata de algo más que de un despliegue de fuerzas, se trata de una hiperbólica despedida: La colaboración de Reza Pahlevi, el fundador de la dinastía, con los nazis, le ha costado el trono y tiene que abandonar el país. Como ocurre en los cuentos clásicos de caballerías, le sustituye su joven hijo, Mohamad Reza Pahlevi.

 

Una histórica república

 

 

El nuevo Sha dirige un gobierno débil y sin capacidad de controlar el inmenso territorio del país, lo que facilita el resurgimiento de los partidos y organizaciones  democráticas.

En el otoño de 1942, la zona de Mahâbâd de Kurdistán se libra de la ocupación aliada. Se trata de una hazaña vivida como una excepción favorable, que es aprovechada por los nacionalistas. Se funda Komala-e Zhiân-e Kurdisân “Comité por la Resurrección de Kurdistán”, y es así como nace el que se considera como “primer movimiento político kurdo-iraní”.

Komala, dirigido por el prestigioso político Ghâzi Mohamad, es de corte nacionalista y está integrado principalmente por los intelectuales y  jóvenes de la clase media urbana; cuenta con el apoyo de las ciudades pero también del campo de gran parte de Kurdistán. Esta organización, aunque sin un programa político claro y definido y sin una estructura sólida, adquiere una gran trascendencia política. En 1942 se elige una nueva dirección, nuevos cuadros y se elabora un programa político para colocar a Komala, que entonces cuenta con unos 10.000 militantes,  a la altura de los acontecimientos. Pero dos años después y con la fundación del Partido Democrático de Kurdistán (PDKI), gran parte de los afiliados de Komala, encabezados por Ghâzi Mohamad, se integran en el nuevo partido.

El programa del PDKI destaca los siguientes puntos:

   Los kurdos deben tener la autonomía para  administrar sus asuntos locales dentro de las fronteras de Irán.

   La lengua kurda debe ser la lengua administrativa en Kurdistán.

   Se buscará fórmulas para reconciliar los intereses de los campesinos y los terratenientes.

   La Constitución del país debe garantizar el  respeto a la autonomía kurda a la hora de elegir sus propios representantes administrativos y políticos.

   El PDKI defenderá la fraternidad con el pueblo de Azerbaiyán y con las minorías asirios, armenios, etc., residentes en aquella provincia.

   El PDKI emprenderá reformas en la educación, economía, la sanidad y hará un  mejor uso de los recursos naturales de Kurdistán, para el progreso y el bienestar del pueblo kurdo.

   El PDKI exige también la libertad  y democracia para el resto de los pueblos de Irán.

 

          Los intentos de modernizar la estructura económica y social del país, por parte del nuevo monarca también afectaba a Kurdistán, donde provocaba, de forma progresiva, la pérdida de la influencia de los señores feudales y los jefes tribal en la vida cotidiana  de los kurdos de a pie.

          El programa del gobierno central, de asentar a los millones de nómadas de etnias diferentes, afectaba también a cientos de miles de kurdos que, a cambio de optar por una vida semi sedentaria o sedentaria, y la entrega de sus armas, iban a recibir una vivienda y alguna que otra ayuda; el éxito de tal plan era relativo, ya que muchas tribus acostumbradas durante  miles de años a trashumancia, resistían a cambiar su modo de vida libre, para refugiarse debajo del techo asementado de una casa. Estas medidas iban acompañadas con duras represalias contra cualquier afán de federalismo o el reclamo de autonomía. El Sha quería un  país grande, fuerte y tranquilo, sin que las tensiones étnicas le quitasen el sueño. Imposible  en un país, donde los persas no sólo son una menoría más (un 40%) dentro de decenas de minorías, sino que desde hacía casi  2.500 años había sido administrado en forma de autonomías semi independientes.

                   El despotismo del Sha, y el derroche de los recursos del país a beneficios personales, impedían que invirtiera las recaudaciones por la venta del petróleo, en el desarrollo de las regiones retrasadas del país, incluido Kurdistán; motivos suficientes para que, poco a poco, se fueran formando las organizaciones y partidos que exigían libertad y un reparto justo de los beneficios de los recursos del país.

         El 10 de diciembre de 1945, el Partido Democrático de Azerbaiyán liderado por Jafar Pishevari, próximo al Partido Tudeh, comunista, anunció el establecimiento de la República Autónoma Azerbaiyán en Tabriz; el 17 de diciembre de 1945, por su parte, el PDKI en un acto de inesperada osadía iza la bandera kurda en Mahâbâd, ciudad fuera del control de los aliados, ni del ejército del Sha. En menos de un mes, el 24 de Enero de 1946, y durante un congreso que contó con la asistencia de los delegados de todas las áreas de Kurdistán, allí mismo, el PDKI proclama la primera república kurda.

Ghâzi Mohamad es elegido como el presidente de esta histórica experiencia, que se gesta en una región de tan sólo 15.000 km2., pero con una gran carga simbólica, cultural y política.

Durante los once meses de vida de la República de Mahâbâd, la lengua kurda se declaró oficial en la administración y en las escuelas; los altos cargos de la administración, que hasta entonces estaban ocupados por los persas y los azerbaiyanos, fueron entregados a los kurdos; se editaron periódicos en kurdo, entre ellos Lâlé (Amapola), órgano de PDKI; apareció de forma  regular una publicación dirigida a las mujeres y otra a los niños, se fundó el primer teatro kurdo y la primera universidad, entre otras iniciativas.

Aunque la República no tenía la intención de realizar una reforma agraria  en beneficio de los campesinos sin tierra, cosa que sí se hizo en la vecina República de Azerbaiyán de Irán, las tierras de los terratenientes que habían huido del Kurdistán revolucionario y habían colaborado con el régimen de Teherán fueron distribuidas entre los campesinos; la economía también notó mejoría gracias al comercio directo con la URSS. El ejército nacional fue disuelto y sustituido por un  ejército y una policía kurda, llamada Pishmarga a la vez que la insignia imperial dejaba su lugar a la bandera roja, blanca y verde de la república (adornada en el centro por un sol rodeado por ramos de trigo), y la canción nacional kurda se convertirá en el himno del nuevo estado.

El gabinete del gobierno de la República estaba formado por trece ministerios, incluyendo el de la Guerra y el de Asuntos Exteriores. A falta de la formación de un parlamento, las leyes empezaron a ser expedidas en forma de decretos presidenciales.

Una extraña situación, ya que la región de Kurdistán estaba experimentando una situación enigmática: ¿se trataba de una región autónoma o un estado independiente?. Al ser una república dentro de un Irán monárquico su condición política fue bautizada con una denominación oficial: Dowlate Jomhurie Kordestân, “El Estado de la República de Kurdistán”, aunque la prensa oficial kurda a menudo le denominaba Hokumate Mel.lie Kordestân “El Estado nacionalista de Kurdistán”, el mismo nombre que se había elegido el nuevo régimen de Azerbaiyán de Irán. El asunto no es baladí, esta falta de definición se refleja incluso en las aspiraciones de los nacionalistas gobernantes.

Conscientes de la frágil situación en la que se encontraban, ambos estados democráticos firman un tratado de amistad, el 23 de abril l946. En él se incluyen los siguientes puntos:

 

   Los representantes de los dos gobiernos serán acreditados en el territorio de los otro siempre que lo consideren necesario.

   En el territorio de Azerbaiyán, aquellas localidades donde la mayoría de la población sea  kurda, se designarán administradores kurdos, y viceversa.

   Los dos gobiernos crearán  comisiones para discutir cuestiones económicas.

   Siempre y cuando sea necesario, Azerbaiyán y Kurdistán formarán alianzas militares para la mutua defensa.

   Cualquier negociación con el gobierno de Teherán debe contar con la aprobación de ambos gobiernos.

   Ambos gobiernos se comprometen a tomar las medidas necesarias para contribuir al desarrollo de la lengua y de la cultura kurda y  azerí, en las zonas donde habiten estos pueblos en el territorio de cada estado.

 

A pesar de esta declaración de buena fe, las diferencias entre ambos gobiernos eran abismales. Mientras en la República de Azerbaiyán, dirigida por los comunistas, las autoridades habían emprendido un programa de profundas reformas económicas y sociales a beneficio de los trabajadores, campesinos y también mujeres, a las que conceden el derecho al voto, en Kurdistán, bajo el liderazgo de líderes nacionalistas tribales con fuertes vínculos con la casta clerical, la principal preocupación era mantener la unidad nacional, pretexto que justificaba satisfacer a los terratenientes en perjuicio de la más que esperada y deseada reforma agraria, para que no se  opusieran al nuevo estado; por la misma razón las mujeres kurdas se quedaron privadas de derechos como el de voto y la participación política, para no herir la sensibilidad de la estructura patriarcal de la sociedad kurda.

Aun así, la amenaza a la integridad de las dos repúblicas no surgía por lo que hacían o dejaban de hacer en el interior de sus fronteras, sino del  régimen del Sha, que no iba a soportar este desafío a su autoridad. El dirigente iraní consideraba un peligro interno el posible contagio de estas experiencias al resto del país, con decenas de etnias en su seno. Por otra parte, los británicos y norteamericanos los habían tildado de “gobiernos rojos  pro soviéticos” y base para la conquista de Irán por parte de un “Coco” llamado Stalin.

Para protegerse ante un peligro que se avecinaba por minutos, el PDK y el Partido Democrático de Azerbaiyán decidieron unirse en un frente con el Partido Tudeh, comunista, de considerable influencia por todo el país, y otros  tres partidos progresistas a nivel nacional.

Tanto Azerbaiyán como Kurdistán se convertían así en una base para todas las fuerzas democráticas de toda la región. Miles de kurdos de Irak, Siria y Turquía llegaron a la República de Mahâbâd para defender lo que parecía  un sueño y la encarnación de sus aspiraciones y esperaban  que se convirtiera en la base de lucha para la liberación de todos los Kurdos.

Bajo órdenes del General Mohamad Barezani, ministro de Guerra, los primeros ataques del ejército iraní fueron rechazados. 

Pero el sueño había llegado a su fin. De acuerdo con El Tratado de Teherán, las fuerzas aliadas comenzaron a desalojar el país seis meses después del final de la guerra. El Ejército Rojo -que actuaba como apoyo moral de los republicanos-,  también tenía que marcharse. Además, la firma de un acuerdo entre Moscú y Teherán permitía la participación soviética en la explotación del petróleo del norte de Irán, un regalo del Sha a los soviéticos, a cambio de que reconocieran su dictadura y establecieran relaciones diplomáticas con su régimen, dándole  la legitimidad que carecía. En  mayo de 1946 no había ni un soldado soviético en el territorio iraní.

En otoño del mismo año y bajo el pretexto de celebrar elecciones parlamentarias en todo el país, el gobierno de Teherán envió el ejercito a Kurdistán y Azerbaiyán a supervisar las preparaciones de los comicios. En 17 de diciembre, nada más llegar las tropas imperiales en las tierras de Azerbaiyán, miles de azeríes fueron atacados, detenidos, torturados y masacrados. Algunos líderes consiguieron cruzar la frontera soviética y refugiarse en este país.

En Mahâbâd, las tropas del dictador tampoco encontraron resistencia armada. La mayoría de los dirigentes de la república, encabezados por el presidente Ghâzi Mohamad, fueron detenidos. Al contrario de la masacre que cometieron los militares y para-militares del Sha en Azerbaiyán, en Kurdistán, las negociaciones entre  el dirigente kurdo iraquí, Mostafa Barezani con el gobierno de Teherán, tuvo sus frutos en aquellos momentos. La población civil se salvo, así, de grandes represalias. A pesar de todo, meses más tarde, en 22 de febrero  de 1947  las negociaciones se rompieron y el ejercito iraní avanzó hacia Naghadeh y puso fin a pocas resistencias que encontraba en su camino. Una vez ganada la guerra, los militares desarmaron a todas las tribus  kurdas, salvo a las que habían colaborado con Teherán. Tras la celebración del teatro que era  un tribunal militar, Ghâzi Mohamad, su hermano Sadr Ghâzi y su primo Seif Ghâzi, fueron condenados a muerte por ahorcamiento el 30 de marzo de 1947.

Dos años después de la caída de la República de Mahâbâd, el PDKI  levanta la cabeza y reanuda sus actividades clandestinas. Vuelve a ser perseguido de nuevo, tras el golpe de Estado organizado por la CIA, en 1953, contra el gobierno legítimo de Doctor Mohamad Mosadegh, quien había desafiado el dominio de los británicos y norteamericanos sobre la política y los recursos petrolíferos del país.  Una vez restablecido el Sha en el poder, el  PDKI, al igual que el resto de las fuerzas progresistas del Irán, fue duramente perseguido. Miles de activistas kurdos fueron asesinados, detenidos y condenados a largos años de prisión. Algunos de sus dirigentes, como el veterano comunista Ghani Boluriân, tuvieron que esperar la caída del Sha en 1979 para pisar la calle, tras pasa 25 años en la prisión.

El Sha, al igual que sus colegas en los países vecinos, taína una habilidad especial para utilizar a los kurdos del otro lado para conseguir sus objetivos políticos regionales. Cuando en 1976 los kurdos de Irak barajaban enfrentarse al régimen de Bagdad, el Sha de Irán, con el beneplácito de EE.UU. les garantizó su apoyo y les facilitó armas y municiones. El objetivo de Teherán era presionar a los baasistas a ceder parte de Arvand Rud, un río que hace de frontera entre los dos países y desemboca en el Golfo Pérsico.

El marzo de 1975 mientras los kurdos dirigidos por  Barzâni consiguieron retroceder del Kurdistán al ejército iraquí, el Sha y los EE.UU. les abandonaron sin avisarles.  Pues, el dictador iraní  ya había conseguido la mitad de Arvand Rud por parte de las autoridades árabes.

De todas formas, la política del Sha hacia los kurdos era  menos agresiva que su padre. Aplicando la táctica “asimilista” los Kurdos pudieron  ocupar puestos altos en la administración del estado, incluido los escaños del parlamento, así como en la cúpula militar del ejercito; este pueblo, al igual que las demás minorías étnicas,  aunque tenía prohibido recibir enseñanza en su lengua, podría hablar el kurdo en publico, y editar algunas publicaciones, eso sí una vez pasadas por las afiladas  cuchillas de la censura, en su lengua materna,. 

Pero, era difícil sobornar, además con tanta mezquindad, a los kurdos. El PDKI, vuelve a realizar unas acciones armadas, por cierto muy inoportunas, en el intervalo de 1959 a 1964, responsables de la caída de cientos de sus militantes, la detención y el exilio de otros tantos.

Habría que esperar la llegada de 1979 para que el gran dictador fuese derrocado, gracias a una impresionante revolución, cuyas consecuencias, cambiaron definitivamente (y no precisamente para bien) el rostro político y social del país.

 

 

La religión contra la diversidad

 

 Matanza de los kurdos en 1980

 

 

Los dirigentes kurdos que se encontraban en el exilio regresan junto con los demás líderes de los partidos políticos ilegalizados para preparar y canalizar la lucha de todos los pueblos y etnias iraníes hacia un régimen democrático y federalista en la gran oportunidad histórica que se les había presentado. Pero el destino de Irán ya había sido escrito: El clero que había convertido las mezquitas del país en su cuartel general para apoderarse del liderazgo de la revolución -en la ausencia de las   fuerzas laicas del país, perseguidas por los Pahlevi- y contaba con el beneplácito de los países occidentales, que preferían un régimen teocrático anticomunista en las fronteras de la Unión Soviética antes que cualquier otro sistema que oliese a independiente y progresista, ocupa el trono abandonado por el  Sha. El  turbante austero que llevaban en la cabeza, en el lugar de la corona del emperador, no pudo camuflar ni la desmesurada ambición  que poseían ni sus planes para conducir el país, camino atrás y rumbo al siglo VII, la época de la conquista de Irán por los árabes musulmanes, mediante el  establecimiento de una “inquisición”  islámica, a toda regla.

         En un primer momento, la mayoría de los kurdos, excepto algunos jefes tribales que se beneficiaban de los favores del régimen del Sha, apoyaron el gobierno de la República Islámica (RI) con la esperanza de establecer en el país la libertad y la democracia tan deseada y el derecho tan anhelado de tener la autonomía.

Sin embargo, nada más afianzarse en el poder, Ayatola Jomeini, que se había comprometido a respetar los derechos de las minorías étnicas y religiosas del país, rechazó las propuestas de la “Comisión para la cuestión kurda”, formada por los representantes de este pueblo y personalidades de buena voluntad, como Ayatolá Tâleghâni, que exigía la constitución de un estado federal. Lejos de tener la capacidad de mirar para ver y conocer el país que le había tocado gobernar por arte de magia (¡eso sí, negra!) el gran Imán Jomeini no dudó en expedir una fatwa (edicto irrefutable)  contra los kurdos sublevados, enviando el ejercito a aplastar sus aldeas, sus viviendas, sus vidas y sus aspiraciones.

No hay que negar que los islamistas reconocieron desde el primer momento la existencia de un hecho diferencial étnico en el país y permitieron el uso de las lenguas nacionales, e incluso enviaron a un erudito kurdo, Mohamad Mokri, de embajador a Moscú, pero al mismo tiempo se negaban a reconocer el derecho de gestionar la administración propia del casi 60% de la población del país, perteneciente a las etnias no persas; esa negativa no significaba en absoluto que iban a glorificar la nación persa, su lengua y sus tradiciones, puesto que la casta clerical que sigue controlando el país se siente más próximo a las tradiciones islámico-árabes (de la época del profeta Mahoma), que de la cultura persa  o iraní.  El término Umma “comunidad de creyentes” es la clave de descifrar esta  actitud compleja de los nuevos gobernantes del país. Pues, su teoría se basa en la existencia de una única realidad que es la Umma, y que cualquier autonomía -sobre todo para un pueblo que además profesa la variante sunnita del Islam- dividía a esta comunidad islámica. Amparado en est e argumento, que en realidad reflejaba su miedo a compartir el poder, aprovecharon la invasión de Irak a Irán (que incluía su región kurda) en 1981, para dar una inolvidable lección a unos insurgentes herejes que cuestionaban la palabra y la voluntad de Al.lâh.

 Así, se intensificó la militarización  de Kurdistán -que a la vez estaba siendo bombardeado por los iraquíes-, y el masacre de los kurdos sublevados y la población que les apoyaba, al mismo tiempo que extendía su represión contra la totalidad de las fuerzas progresistas del país que protestaban por una república de terror que acababa de sustituir a la monarquía absolutista de los Pahlevi.

La complejidad de la situación origina en 1982 una escisión en el seno del PDKI. Los comunistas próximos al Partido Tudeh (que a pesar de lo que estaba pasando, apoyaba al régimen islámico como garante de la integridad e independencia del país frente al acoso de Estados Unidos y sus aliados) abandonan el PDKI  y crean la rama de Kurdistán del Partido Tudeh. En estos momentos Kurdistán se ha convertido en el bastión de la lucha de gran parte de las organizaciones políticas perseguidas del país, como Fedaínes del Pueblo y Vía Obrera, dos organizaciones marxistas armados de gran popularidad, y los musulmanes de Muyahedin del Pueblo, con una amplia base social entre los jóvenes, entre una decena de grupos radicales minúsculos. Creían que iban a liberar a Kurdistán y la convertían en un trampolín par liberar el resto del estado. Poco espacio para tantas organizaciones, tantas pretensiones y tantos inmaduros sueños.

Durante más de un año, aquellas tierras se enconaron bajo estado de sitio, tiempo suficiente para que los islamistas, detuvieran  y masacraran a miles de sospechosos de colaborar con los “corruptos en la tierra”. Razón que en absoluto justificaría el pacto suicida del PDKI con Saddam Husein, que se estaba divirtiendo con el exterminio de los kurdos de su país (¡que a su vez recibían armas de Irán!).

Y cuando Jomeini y Husein firman la paz en 1988, los kurdos se convierten en la moneda de cambio….y también en el objeto de su venganza, por “traición a la patria”.

 

La  furia de los monstruos

 

Nadie les salva de la furia de los monstruos. En Irak los civiles kurdos son gaseados, y en Irán bombardeados, ametrallados y ejecutados en la plena calle.

Duro golpe físico y moral al cuerpo herido de PDKI, que se pone a reorganizar las fuerzas que habían sobrevivido de la masivo ataque de los islamistas. Pero, la historia para aquellos que no saben aprender de las lecciones se vuelve a repetir y la mezcla de la desesperación y los cálculos erróneos conduce a los nacionalistas kurdos a pensar que aun están en la posición de negociar con sus propios asesinos.

Fue la fatídica fecha del 13 de junio de 1989, cuando el carismático doctor Abdelrahmân Ghâsemlou, secretario general de PDKI, y dos de sus colaboradores, fueron asesinados en  la ciudad  austríaca de Viena  mientras negociaban en secreto con los enviados del régimen iraní, que les había invitado -con la mediación del líder kurdo iraquí  Jâlâl Tâlebâni y Ahmed Ben Bella, ex presidente de Argelia- para encontrar una solución pacífica a la cuestión kurda. Un hecho incomprensible tanto para la población kurda como para el resto de las fuerzas políticas iraníes, que no entendían cómo un veterano político como Ghâsemlu había podido caer en una trampa tan absurda. El atentado no sólo fue contra la causa kurda sino contra la posibilidad de contar con la única figura que quizás podía aglutinar a toda la posición democrática del país, descabezada en su mayoría durante las sucesivas masacres de los años 82 hasta 85.  

Las dimensiones de este magnicidio están reflejadas en el libro Escort nach Teheran “Escolta hacia Teherán”  escrito  por Peater Pilch, miembro del Consejo Nacional de Seguridad de Austria, diputado del parlamento y  miembro del consejo central del Partido de los Verdes, quien tras  estudiar el expediente del asesinato de A. Ghâsemlou y sus compañeros, señala a Hashemi Rafsenyani, el entonces presidente de la República Islámica y el actual presidente del Consejo de la Conveniencia Nacional de la República Islámica, y  a Akbar Welayati, su ministro de Asuntos Exteriores, como responsables máximos de los asesinatos. Pilch, además de acusar al gobierno  austríaco de liberar a los autores materiales del crimen, relaciona la muerte, aún sin aclarar del embajador de este país en Grecia, en las mismas fechas, con el crimen de Viena, afirmando que los autores de los hechos, que contaban con la complicidad de un diplomático austríaco, habían recibido unos cinco millones de dólares para cumplir con su  misión.

 

El 17 de septiembre de 1992, la sangre vuelve a teñir la dirección del partido. El nuevo Secretario General del PDKI, Sâdegh Sharafkandi  y tres de sus  colaboradores, son ametrallados en el restaurante Mykonos de  Berlín, cuando regresan del congreso del internacional socialista. Las huellas dactilares encontradas en una de las armas abandonadas en el lugar del crimen permitieron identificar y detener a uno de los autores, el libanés Abbâs Rehayel. Esto permite  capturar a otro libanés, Youssef Amin, cuyas confesiones conducen a la detención del iraní Kâzem Dârâbi.

Este fuerte golpe al  movimiento kurdo es aliviado con la designación, en septiembre de 1996, de PDKI como miembro observador en la Asamblea de las Naciones Unidas.  Un triunfo diplomático al que se añade la sentencia del juicio que se celebró en el 10 de abril de 1997, que confirma la participación de Ali Falâhiân, agente de los servicios de inteligencia iraní, en los asesinatos. Consecuentemente, se hace responsable al régimen de Teherán de la muerte de los dirigentes de este partido. Pero, los alemanes, que, al contrario de los británicos (viejos padrinos de aquellos hombres de fe, desde hace mucho tiempo) desconocen la capacidad de esos clérigos para maniobrar y salir triunfante de una acusación tan grave como es practicar el terrorismo de estado, van a recibir una sorpresa.

En un plan minucioso, los servicios de inteligencia islámica colocan a una joven y hermosa iraní, Vahide Ghâssemi, una agente secreto, en el camino del empresario alemán  Helmut Hofer de 56 años, quien se enamora profundamente de la muchacha persa. Tras unos meses de relación, Vahide le invita a que le acompañase a Irán, para conocer el país. Nada más llegar al aeropuerto de Teherán ella desaparece y él es detenido, acusado por mantener relaciones ilegitimas con una mujer musulmana, para posteriormente ser condenado a muerte por la horca en enero de 1998.  Tras unas negociaciones secretas, Hofer es canjeado con Dârâbi, las relaciones diplomáticas y comerciales  son normalizadas y la justicia se arrastra por los suelos.

En la primera mitad de los años 90 los  asesinados políticos se extendía por todo el país. Entre sus víctimas se encontraban mol.lâ Râbe’i y mol.lâ Ahmad Moftizâdeh, dos carismáticos religiosos sunnitas kurdos.

Los acontecimientos invitaban a reflexionar y unir fuerzas contra un enemigo tan despiadado. En 1995  los kurdos que en la década de los 80 habían salido del PDKI, deciden regresar al partido.

La elección de Mohamad Jatami, en 1997 y sus tímidos intentos para poner fin a la violencia étnica y religiosa en el país (como por ejemplo la asignación de un kurdo sunnita, Abdolâh Ramezânzâdeh, como gobernador de Kurdistán, o permitir que  320 de 400 de los altos cargos de esta provincia sean kurdos) crea apasionantes debates en el seno del PDKI. Otro factor, la esterilidad de la lucha armada en la situación concreta de Irán en estos momentos también contribuye a aumentar las discrepancias. Un sector del partido, apoyado por la mayoría,  busca métodos alternativos para alcanzar sus objetivos mientras la minoría -hoy afincada en Irak- sigue afirmando la necesidad de hablar con el lenguaje de las armas con las autoridades islámicas del país.

Dentro de la independencia relativa de lo que sucede en los países de población kurda, nadie puede negar la conexión, también relativa, entre que existe entre ellos, y la solidaridad absoluta que reina entre sus gentes (que no entre sus dirigentes). Es así, que el secuestro de Abdullah Oçalan, el líder del PKK, en febrero de 1999, origina masivas manifestaciones de protesta en las diferentes ciudades kurdas iraníes, con un saldo de unos 50 kurdos muertos y cientos de detenidos.

 

Teocracia versus democracia

 

 

Mientras, el espejismo creado alrededor de la figura de Mohamad Jatami se va desvaneciendo progresivamente. El 6 de Marzo de 2002 Amnistía Internacional denuncia la condena a muerte de once miembros del PDKI, un simpatizante de Komala y otros cinco integrantes de un movimiento de defensa de los derechos de la minoría árabe. En la misma línea y dentro del marco de los acuerdos de seguridad entre Turquía e Irán, Ankara (según denuncia el Partido Revolucionario de Kurdistán) había entregado a las autoridades de Teherán a 16 activistas del PDKI, al mismo tiempo que denuncia la ejecución de dos disidentes entregados por los turcos a la República Islámica de Irán, entre enero y noviembre de 2002, año que parece haberse producido un aumento de la imposición de la pena de muerte en la provincia de Kurdistán. La ejecución de Karim Tuzhali, antiguo miembro PDKI, en la prisión de Mahâbâd, a la vez que Mostafa Julâ y Ali Kak Jalil, dos  militantes de Komale eran fusilados en la ciudad de Marivân.

Superando el terror que supone protestar bajo un régimen en el que cualquier signo de desacuerdo puede llevarle a uno hacia los pelotones de la muerte, la precaria situación económica y social de Kurdistán fue la causa de que los 14 diputados kurdos presentes en el Majles (el Parlamento Iraní)  se arme de valentía y renuncien, en 2003, a sus escaños en protesta por su falta de poder en sus regiones, donde siguen siendo pisoteados los más elementales derechos humanos.

Otras minorías étnicas de Irán poco a poco se organizan y se vuelven contra el régimen. El 27 de enero  del 2003 fueron ahorcados en Ahwâz, en el suroeste de Irán, cinco árabes que habían sido acusados de contrabando de armas. Según el Frente Popular y Democrático del Pueblo Árabe Ahwâzí, organización que tiene su sede en Europa, otros cinco árabes han sido condenados recientemente a muerte en Ahwâz, al parecer por oponerse a la política de confiscación de tierras aplicada por el gobierno en la región.

Mientras, Amnistía Internacional volvía a denunciar, el 13 de noviembre de 2003, la situación de Farideh Sohrâbi Cheghâkaboudi, una kurda iraní de 23 años, detenida a primeros del mismo mes en Turquía y en peligro inminente de ser devuelta a Irán, país en el que estaría expuesta a la tortura o malos tratos debido a su activismo político. “Devolviendo a Farideh Sohrâbi a Irán” – afirma AI -“Turquía violará el más fundamental de los principios del derecho internacional que brinda protección a los refugiados, que prohibe la devolución de una persona a un país donde corra peligro de sufrir abusos graves contra los derechos humanos”. AI informa que “durante el sábado 30 y el domingo 31 de agosto, se nos comunica que la policía de Van detuvo y encarceló a varios kurdos iraníes para devolverlos a Irán. Se cree que casi todas estas personas habían sido reconocidas como refugiados por el ACNUR. En las ocasiones anteriores en que Turquía ha devuelto a kurdos iraníes que participaban activamente en cuestiones políticas, muchos han sido torturados o maltratados a su llegada a Irán. Un ex activista kurdo que estuvo refugiado en Turquía y fue devuelto a Irán en 1998 y cinco miembros de la minoría árabe de Irán ya han sido ahorcados, y se teme que pronto se lleven a cabo nuevas ejecuciones”.

El drama de refugiados  kurdos que vagan por el mundo  es interminable.  La agencia EFE, el martes 22 de Abril de 2003, informó que había sido rechazado la petición de asilo de cerca de 700 kurdos iraníes acampados en la frontera jordano-iraquí, que junto con un millar de refugiados kurdos iraníes y palestinos, entre ellos unos 500 niños, llevan dos semanas en la frontera sin poder entrar en Jordania. Más de la mitad de los recién llegados eran kurdos de Irán que huyeron del campamento de refugiados de Al Tash, situado a 120 kilómetros al oeste de Bagdad, según  Peter Kessler, portavoz del Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados.  Justo en el campamento de Al Tash

los casi 24.000 refugiados iraníes que se encuentran en Irak, de ellos unos 12.000 son kurdos, viven en condiciones infrahumanas, rozando los límites de la supervivencia.

 

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