El horror de la mujer: donde, como y cuando él quiera
Nazanin Armanian
Publico.es
Pregunten a los dirigentes de su país cuántas mujeres han sido agredidas sexualmente o asesinadas en lo que va de semana o de mes. Pregunten a Barack Obama —al que le duele y mucho el secuestro de las niñas nigerianas— si sabe que los Buko Haram compatriotas han violado a 22 millones de mujeres y niñas estadounidenses y a muchas de ellas no en los barrios de tugurios, sino en un campus universitario: Harvard registró un centenar de asaltos sexuales en los últimos tres años. ¿Estudió allí Todd Akin, político que dividió las violaciones en legítimas e ilegítimas? También pregunten a David Cameron, en cuyo país fueron violadas el año pasado cerca de 69.000 mujeres (¡y 9.000 hombres!); o a Vladimir Putin si le han informado de que cada 40 minutos muere una compatriota y por qué las leyes no consideran un delito la violencia contra las mujeres (VCM) dentro del hogar; o a los dirigentes daneses que dijeron que mandaban tropas a Afganistán para salvar a las mujeres, mientras el 53% de sus ciudadanas son apaleadas por los hombres. ¿Cómo pueden derrotar a otros misóginos si comparten la esencia de su discurso —el domino del más fuerte— como si eso fuera una selva?
Para atajar un problema, y esto es un problemón para cualquier mandatario sensato, lo primero que habría que reconocer es su existencia pero, en el fondo, todos ellos creen que el maltrato es un “asunto de mujeres”.
Mientras nos enseñan, una y otra vez, las estremecedoras imágenes de varios hombres occidentales decapitados o cientos de soldados sirios maniatados ejecutados a sangre fría por una banda criminal en Oriente Próximo, no hay imágenes de las violaciones, torturas y asesinatos de miles de niñas y mujeres por los mismos terroristas. Son invisibles, al igual que los 700 millones de mujeres de todo el mundo que han sufrido violencia física y sexual severa por parte de algún hombre de su círculo íntimo. Una situación agravada, si cabe, por los extremismos religiosos, las agresiones militares y un capitalismo desalmado y salvaje que se ceba contra las más pobres, las más mayores, las más niñas, las discapacitadas, las presas, las encerradas en los campos de refugiados… La agresión sexual es una de las manifestaciones de una sociedad sexista levantada sobre el domino de unos hombres que compiten entre sí por tener más fortuna, más poder y más mujeres.
Horror en datos
En muchos países existe una arraigado apartheid contra la mujer, aunque en diferentes grados: en un extremo numeroso, países de Oriente Próximo y el norte de África la consideran subgénero, necesitada de un tutor varón de por vida como si fuera menor de edad o una discapacitada mental, privándole de los derechos tan básicos como tener un carné de identidad propio, participación política (votar y ser votada), libre circulación, derecho a estudiar, trabajar, pasear, cantar, bailar, amar, soltar una carcajada, elegir el color del vestido, etc. En España, una mujer no puede, por una ley no escrita, ser entrenadora de tenis masculino, pero en cambio un hombre sí puede entrenar a las muchachas.
Al menos 1.000 millones de mujeres del planeta han sido maltratadas y han abusado de ellas sexualmente, entre ellas se ha abusado de 120 millones de niñas, que también han sido violadas, y vendidas, 133 millones han sentido terror y dolor cuando sus genitales fueron mutilados con cuchillas y tijeras, 41 millones no han tenido acceso ni a la educación primaria, mientras cada año, los 60 millones de las que sí van al colegio son agredidas sexualmente en el camino; otras 57 millones son niñas esposa: pedofilia legal. Decenas de miles mueren desgarradas por las violaciones del esposo en la noche nupcial o cuando dan a luz a los 11-12 años. En Nepal, una de cada 24 menores muere durante el embarazo o el parto, en Mali, una de cada 10.
Ahora que el Papa Francisco ha levantado la voz contra el abuso de los sacerdotes a los niños varones, es una oportunidad para que el clérigo musulmán y el hinduista prohíban bodas aberrantes con chiquillas de 7-8 años. Una de tantas formas de “Femicidio”, diferente al “homicidio”: la mayoría de los hombres son asesinados por otros hombres y sólo el 8% por sus parejas, humilladas y maltratadas.
En la India, los millones de pequeñas de entre 8 y 14 años son ofrecidas por la familia como ofrenda a las deidades, aunque algunos pensaron que “la deidad” es sinónimo de “hombre”, y las convirtieron en eternas prostitutas disponibles, sin derecho a casarse. Otras miles de “intocables” se vuelven en tocables cuando son violadas por los hombres de las castas superiores. Una mujer en casa para el uso particular y millones allí prostituidas para “donde, como y cuando” él quiera.
En algunas zonas de Nigeria, las mujeres no sólo carecen de derecho a heredar, sino que son heredadas junto a otras pertenecías del difunto.
En la ya democratizada Afganistán, donde la OTAN gastó 6.000 millones de dólares al mes desde la ocupación en 2001, la esperanza de vida de las afganas es sólo de 45 años, y cada media hora muere una en el parto; en este infierno la tasa de suicidios de mujeres es superior a la de los varones.
No hay ni un sólo país en el mundo seguro para la mujer.
Hogar y matrimonio
El “dulce hogar”, la unidad fundamental de la sociedad para todos los países del mundo, es el espacio más peligroso y tenebroso para la integridad física de la mujer. Que “los trapos sucios se lavan en casa” ha sido utilizado para ocultar el abuso del poder por parte del “cabeza de familia”, en un sistema basado en la autoridad jerarquizada y la propiedad privada también sobre las personas: “Hasta que la muerte nos separe”. Casi la mitad de las asesinadas en EEUU en la VCM querían separarse antes de su muerte.
Si la agresión sexual a la mujer es la forma más horrenda del maltrato físico, la guerra es la suma de todas las calamidades que una mujer puede sufrir. La violación ha sido legitimada por las religiones semíticas dentro del concepto de “deberes maritales”. Antes de empobrecer a las mujeres, establecieron que ellas tendrían derecho a techo y alimentos siempre y cuando cumplan con este deber. El “NO” de la esposa, compañera, amiga o vecina, rebelándose contra el rol asignado de “Para que Adán no esté solo” (Biblia) o para que “le sirvan de quietud” al hombre (Corán), y de que ellas sean las responsables del control de la sexualidad del varón, y preservar su maldito honor ha sido y es el principal motivo del maltrato de la mujer en el mundo.
Credos que han consolidado los matrimonios precoces y forzados de las niñas. Una de las últimas víctimas, la afgana de 16 años estrangulada por su marido tres días después de la boda, en un desigual combate en el que ella se negaba a dormir con su enemigo. En la “otra vida”, ¿también será enviada al infierno?
La violación es parte inherente del sistema patriarcal, que a menudo empieza por el incesto —esa pedofilia interfamiliar y tan extendida que si el mundo se enterase de sus dimensiones los poderes basados en la “familia”, el núcleo del sistema del mercado, se desintegraría— y continúa con la violación marital. Es así cómo el adulterio aparece como la invasión de un hombre a la propiedad del otro.
El llamado “destino bilógico” ha servido a las elites políticas para reforzar la maternidad de la mujer con premios y castigos en función de las necesidades demográficas del poder: desde la esterilización forzosa de cientos de mujeres judías negras en Israel hasta la prohibición de la vasectomía por Irán, donde se realizan unos 100.000 abortos clandestinos al año, arrancando la vida a decenas de adolescentes y jóvenes.
La relación entre las raíces de la violencia “doméstica” contra la mujer, las guerras y la violación a ellas es directa, y no sólo porque se ha militarizado el abuso contra la mujer, sino porque forma parte de la exhibición del ejercicio del poder sobre otras personas: lo ha sido en Armenia, Kurdistán, Ruanda, Palestina, Guatemala, Colombia, Yugoslavia, Libia, Sudán (Darfur), Somalia, Congo o Liberia, entre otros países. Al igual que hoy en Irak y Afganistán los soldados de ocupación violaban a las mujeres en presencia de los varones de la familia: en 1937 los soldados japoneses tras masacrar a unos 300.000 chinos, en Nanking, obligaban a los padres y hermanos a violar a sus hijas, hermanas y madres. La industria del “Sexo y la violencia” (la pornografía es una) no conoce crisis: las guerras se encargan de proporcionarle carne fresca continuamente.
Porque no hubo una lucha organizada
Del mismo modo que las diferencias biológicas no originan la desigualdad, la violencia no está incrustada en las hormonas masculinas; pues, no se trata de la “violencia masculina” —una categoría biológica—, sino de “violencia de los hombres” —construcción social y categoría de género—. Que una mujer asesine a un agresor en defensa propia —como alegaba la iraní de 25 años Rejhaneh Yabbari antes de ser ejecutada—, rompe no sólo los esquemas del patriarcado, sino que agrieta el propio sistema del poder. Ella no quiso acatar el “Cásate y sé sumisa”. Poner fin a la VCM requiere cambios estructurales en la sociedad, leyes y lucha organizada de mujeres y hombres.
El “no” y la subversión de las mujeres es una de las principales causas de aumento generalizado de la VCM, que por su parte es debido más a una reestructuración automática del capitalismo, que a la lucha organizada de la mujer y unas estrategias elaboradas, entre las que estaría un importante trabajo educativo entre los niños y los hombres. La violencia se aprende y se transmite.
Sherezade, la contadora de cuentos, que consiguió reeducar a un monarca misógino y asesino, relataba la historia de una mujer-hada, dotada de unas alas mágicas, que al ponérselas, volaba hasta tocar las estrellas. Un día, por su camino cruzó Hasan, quien se enamoró perdidamente de su belleza. En su afán de apoderarse de ella le robó las alas y las escondió. Luego la desposó y para que ella olvidara el volar, la complació con hijos, joyas y sedas. Convencido de que había derrotado el espíritu indomable de su presa, reanudó sus largos viajes para aumentar su fortuna. Aquella mujer que nunca había dejado de buscar sus alas, las encontró, agarró a sus hijos y emprendió el vuelo hacia tierras lejanas, cruzando “siete cordilleras sin cumbres, siete mares sin orillas y siete desiertos sin límites”. Nadie debe ser despojado de sus alas.
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