Nazanin Armanian
Publico.es
10.11.14 – El electorado estadounidense, después de entregar el Congreso a los republicanos en 2010, vuelve a castigar a un presidente Obama que sigue sin enterarse de sus porqués, dando una mayoría a los Neocon también en el Senado, entre los que se encuentran halcones como Lindsey Graham y Joni Ernst. Un Obama decaído ni intentó movilizar a su electorado, aunque fuese con más promesas huecas.
Así, la coalición de clases desfavorecidas, jóvenes y mujeres, negros e hispanos y que dieron triunfo en 2008 a su “sí, podemos”, pronto vieron cómo el “change” ha sido más de lo mismo y Obama un “Gatopardo”. Siendo de la misma clase social que Bush, ¿cómo iba a aplicar otras políticas realmente distintas? Él ofreció una imagen falsa, pensaba que no le iban a descubrir. Pues, sí, “cosecha pulgas quien no siembra soja”, dicen en su tierra.
Tuvo una sólida mayoría en ambas cámaras y no la aprovechó para aprobar leyes para crear empleo, paliar el drama de los 45 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza o de los millones de desahuciados convertidos en homeless (a pesar de haber 24 casas vacías por cada persona sin hogar). En cambio, salvó a la banca, aparcando el ideal de una justicia social.
Cierto que la monumental y desastrosa herencia recibida, tanto dentro como fuera del país, junto con la fragilidad que podrá padecer un presidente negro en un país de arraigada cultura racista le hayan podido superar. Pero su problema es su ideología, fuente de las soluciones que busca a los problemas: acaba de ascender a la afroamericana Loretta Lynch como secretaria de Justicia y Fiscal General del país, pensando que aumentando el peso de los negros en la élite satisfaría a los negros descontentos y poco a poco acabaría con el racismo. Una lacra que es sólo otra manifestación de un sistema cultural que da derecho a unos a dominar y a otros a explotar. Por eso, él no sólo ha mantenido abiertos decenas de Guantánamos esparcidos por el mundo, sino también bloqueó una investigación sobre las torturas de la CIA a los secuestrados iraquíes (por subhumana y ser “daños colaterales” de los intereses de otras personas), mientras mantenía vigente la Ley Patriot, que permite a los mismos servicios de inteligencia controlar la vida de los propios ciudadanos.
Sobre el déficit de fortaleza de su personalidad creció la campaña de acoso y derribo orquestada por los republicanos, que le acusaron de mala gestión del ébola (con sólo cuatro afectados), del conflicto de Siria e Irak, del programa nuclear de Irán, de la crisis de Ucrania, además de ser “socialista y musulmán”. Al menos podrían reconocerle el mérito de haber devuelto la hegemonía americana sobre Europa, dañada en la era de Bush.
Le han avergonzado y ridiculizado ante la opinión pública para que ni los afros volviesen a votar a un candidato negro: qué más da si el bipartidismo y sus juegos a “yin” y “yang” —dos caras de la misma moneda— están al servicio de mantener el sistema.
Obama no va a cambiar de rumbo: en su mensaje posderrota prometió más colaboración con los republicanos —que exigen menor gasto público, menos impuestos a los ricos, y más guerras— en vez de realizar reformas para el pueblo, utilizando las facultades especiales del presidente para eludir su férrea oposición a sus proyectos. Obama ya en 2012 había tirado la toalla.
¿Y ahora, qué va a pasar en Oriente?
Obama ya ha ido “bushizando” su política exterior inicial, girándose hacia posiciones del establishment, limpiando el nombre de aquel ofuscado personaje: anular la ONU, aumentar su tono contra Rusia, lanzar nuevas guerras (Sudan, Libia, Yemen, Pakistán o Siria, a veces para rematar el trabajo de Bush), convertir el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC) de los Neocon en la Iniciativa de Política Exterior y la Fundación para la Defensa de las Democracias, mantener el “Excepcionalismo americano” o burlarse del derecho internacional en Libia o en Siria han sido parte del trasfondo de sus estrategias políticas.
Es más, podrá contar con el apoyo republicano para reocupar Irak con tropas terrestres (acaba de enviar a 1500 militares). Los halcones tampoco son suicidas: el año pasado, se opusieron a equipar con armas avanzadas a los “rebeldes” sirios, o que su gran figura George Bush llegó a impedir en 2008 que Israel bombardeara una planta nuclear iraní. Además, a dos años de las elecciones no les conviene retratarse con políticas demasiadas agresivas.
Obama, al contrario de sus adversarios, que martillo en mano piensan que todo es clavo, utiliza hábilmente la diplomacia, sanciones económicas, sabotajes, banderas falsas, asesinatos selectivos, etc. para conseguir los mismos objetivos, liderando las nuevas conquistas por atrás y utilizando la alta tecnología para reducir costes y daños a su régimen, como el uso de ciberguerra, estrenado en 2010 con el virus “Stuxnet” contra una central nuclear iraní.
Este giro hoy se refleja en los siguientes puntos:
- Bombardear Siria sin la autorización de la ONU (como Bush en Irak). Ha resucitado el proyecto “Nuevo Oriente Medio”, declarando sin ninguna autoridad legal el fin del acuerdo Sykes-Picot de 1916, que diseñó el mapa actual de la región.
- Ampliar la invasión militar desde Irak y Siria al resto de la región. No es casualidad que en sus últimos discursos utilice las siglas “ISIL” —Estado Islámico de Irak y del Levante (que incluye Turquía, Palestina, Jordania y Egipto)— en vez de “ISIS”, refiriéndose sólo a Irak y Siria.
- Afirmar de repente y a través de Samantha Power, su embajadora ante la ONU, que Assad “alberga armas químicas no declaradas (recuerda a Bush y las “armas” de Saddam). ¿Significa el fin de Assad y de Siria como Estado, programado desde el 2005? Quizás el derribo de un cazabombardero estadounidense en el cielo sirio, cometido supuestamente por Damasco, haga de catalizador. La agresión a Siria sigue teniendo 12 objetivos y ocho consecuencias.
- Adoptar la “guerra preventiva” de Bush. Entre afirmar que “la seguridad de EEUU no está amenazada” por el Estado Islámico a que lo está sólo pasaron unas semanas. Luego empezaron los bombardeos sobre gentes y ciudades de Irak y Siria.
Triunfo de Israel
El líder israelí, junto con los de Turquía y los jeques árabes celebran la derrota de Obama. Netanyahu ya puede desafiar al presidente de EEUU en su propia casa.
Los proisraelíes, también durante la Presidencia de Obama, han dominado la política exterior de EEUU en Oriente Próximo y Norte de África. “Aquí mando yo”, ha sido el mensaje de Tel Aviv a Washington en numerosas ocasiones. Manda tanto que el primero de los motivos (reales) por los que EEUU derrocó a Saddam Hussein fue por Israel, que no por salvar los intereses de EEUU. Lo reveló en 2004 Philip Zelikow, entonces asesor de Bush.
Los israelíes no le perdonan haber omitido en sus discursos el compromiso de defenderles militarmente; en su lugar le ha ayudado a protegerse con una “cúpula de hierro” y con armas de última generación con las que podrá resguardarse de las piedras y los petardos lanzados por los palestinos.
Hoy, y una vez enterrado el proyecto de paz de Obama bajo las últimas bombas que arrancaron la vida de cerca de 2.000 gazatíes, Israel va a sabotear las negociaciones nucleares entre Irán-EEUU. Filtrar la carta secreta enviada por Obama a Ali Jamenei, en la que le invita a cooperar sobre los intereses comunes en la región, ha sido un duro golpe al equipo del presidente estadounidense, que enseguida intentó arreglarlo, amenazando a Teherán con que no va a renovar el plazo del fin de las negociaciones sobre su programa nuclear del 24 de noviembre.
Preocupación en Irán
Las negociaciones entre Teherán y Washington aún no han dado ningún fruto, ni acuerdo, debido sobre todo a la presión e intransigencia de los “radicales” de ambos lados. El nuevo panorama en EEUU y el aumento de la tensión en la región complica esta sensible situación. Ahora, ambos gobiernos, a pesar de que necesitan una victoria en materia nuclear, se acusan mutuamente de patrocinar el terrorismo y enturbian el clima del dialogo.
La prioridad de Obama en la política exterior sigue siendo conseguir un acuerdo con Irán, sin usar la fuerza militar. Ambos gobiernos tienen prisa: Obama lo necesita antes de que en enero los senadores tomen posición y propongan aumentar las sanciones contra Irán —que incluirán control sobre los misiles iraníes, inspecciones exhaustivas a los centros militares o la situación de derechos humanos—, para así forzarle a abandonar las negociaciones y convertirse por ello en la “principal amenaza planetaria”. Los mandatarios de Irán, por su parte, piden que se levanten los castigos impuestos por la ONU, EEUU y la Unión Europea, que han hundido la economía del país.
A Teherán y Washington les conviene llegar a un acuerdo global, aunque sea provisional para en el futuro ir determinando los detalles.
Pero también es posible que Obama deje de intentarlo, pensando que un acuerdo con Irán satisfaría sólo a una minoría de los círculos políticos y en cambio enfurecería a ambas cámaras, Israel y Arabia Saudí, y sus lobbies. Tiene en cuenta que la opinión pública por décadas de propaganda es iranófoba y está más inclinada hacia los republicanos, o que las cámaras pueden derogar cualquier acuerdo firmado sólo por el presidente una vez que él se marche. Por si no fuera bastante compleja esta situación, allí también están las petroleras deseando entrar en el mercado iraní.
Y, si no alcanzan el acuerdo, ¿qué? Nada, sólo una profunda y amplia catástrofe para el mundo.