Nazanin Armanian

Dominio Público

Octubre del 2008

Alguien sugirió que el hecho de que Calígula nombrase cónsul a Incitato, uno de su caballos, no era tanto una manifestación de su perversidad como una insinuación de que aquel imperio podía seguir su curso al margen del hacer de sus honorables senadores.

En Oriente Próximo, los viejos políticos ya saben que, gobierne quien gobierne en Estados Unidos, nada va a cambiar en aquella azotada y sufrida región. De hecho, al igual que en las anteriores elecciones en EEUU, las próximas no supondrán ningún cambio sustancial en la vida de los excluidos y marginados de la propia superpotencia ni mucho menos para los invadidos y desheredados del planeta, pues saben que “la puerta seguirá girando sobre las mismas bisagras”.
Sólo los ingenuos se dejan llevar por un espectáculo en el que Barack Obama actúa como progresista y pacifista y John McCain juega el papel del continuista y el conservador. Es propio de las sociedades víctimas del pensamiento único aplicar un maniqueísmo irreal e irracional a sus ídolos y a sus enemigos: los buenos y los malos, los héroes y los villanos… Las diferencias, pequeñas y de forma, se centran únicamente en asuntos domésticos, mientras comparten las grandes líneas de la infantil batalla de castigar a los malos en la oscura “lucha global contra el terrorismo”, llevada a cabo por Bush hasta sus más graves consecuencias. Una campaña producto de una agenda militar cuya justicia moral y legal y sus consecuencias humanas y políticas no se cuestionan ninguno de los candidatos.

Barack Obama ya lo ha dejado claro, no vaya ser que algún soñador esperase lo contrario: su lema de cambio no afectará a los intereses tradicionales de Washington en Oriente Próximo. Mientras se opone al regreso de los refugiados palestinos a sus hogares y guarda silencio ante el cruel bloqueo económico aplicado por Israel a los civiles de Gaza, garantiza la supremacía militar de su aliado frente a todos los países de la zona, para dejar en un mero plagio de sus antecesores su apuesta “por la creación de un Estado palestino”. Obama ha ido alejándose de sus primeras declaraciones hasta acabar adoptando el discurso bushiano de los últimos años. Respecto a Irán, pasó de “intentaré un dialogo sin imposiciones para solucionar nuestros problemas”, a “el peligro de Irán es serio y mi objetivo será eliminar esa amenaza”, una vez regresó de la obligada visita a Israel. De nuevo, el viejo cuento del respaldo de un Gobierno al terrorismo y la tenencia de armas de destrucción masiva, aunque de fondo asomará la doctrina Carter de “usar la fuerza si fuera necesario para acceder a los recursos petrolíferos del Golfo Pérsico”, poderosa razón que ha unido a los demócratas y republicanos del Congreso en la decisión de otorgar ingentes millones al Pentágono en apoyo a las operaciones secretas en Irán, además de mantener sobre la mesa un futuro ataque preventivo sobre el país persa.

La única diferencia destacable entre los aspirantes a la Casa Blanca reside en dónde y cómo librar la madre de todas las batallas: ¿cerrar el caso iraquí con más tanques y misiles o controlar el territorio afgano?

No se trata de que estas acciones tengan legitimidad, ni importa el número de bajas. El candidato republicano opta por derrotar no se sabe a quién en Irak, y el candidato demócrata, que antes hablaba del “regreso de los muchachos a casa”, ahora relega esta decisión a los altos mandos militares. Su idea es mantener tropas “residuales” en el país árabe, invisibilizándolas, llevándolas a los cuarteles y a las bases militares de aquel país para después ocuparse de Afganistán y Pakistán, donde el fantasma de Bin Laden servirá para justificar más guerra “contra el terror” y cumplir los verdaderos objetivos de la ocupación en aquel Estado-tapón de Asia Central: crear bases militares en la frontera de China y en las repúblicas ex soviéticas a fin de impedir que Rusia las recupere. De paso, vigilará a Irán; además, utilizará a Afganistán como puente terrestre y corredor de gaseoductos y oleoductos que saldrían de Turkmenistán y del Mar Caspio hacia el Mar de Omán para, así, poder controlar las rutas de energía que mantienen las economías de China, India y Rusia. Para esta empresa, Obama propone enviar 10.000 soldados más en un despliegue militar por la frontera afgano-paquistaní y extender la guerra a Pakistán, “nido de los talibanes” –una peligrosísima aventura–, además de infringir el derecho internacional y atacar el territorio de un país soberano.

¡Que se tranquilicen los poderes militares! Con Obama, sus intereses también estarán a salvo: ejecutará el presupuesto de Defensa de 585.000 millones de dólares, aprobado con mayoría de votos demócratas, uno de los mayores presupuestos militares de EEUU desde la Segunda Guerra Mundial. Como aperitivo, el candidato a la vicepresidencia de Obama, Joe Biden, afirma que Rusia, China e India son las principales amenazas a la seguridad nacional de EEUU. Miedo, seguridad y gastos militares para una nueva Guerra Fría y muchas de alta y baja intensidad.

Los demócratas y las guerras
A pesar de la imagen belicista que ha dado Bush a los republicanos, las grandes intervenciones militares de EEUU en otros países las emprendieron los presidentes demócratas: Woodrow Wilson invadió Nicaragua, Haití y República Dominicana; Harry Truman entró en la historia por autorizar el lanzamiento de la bomba atómica contra los civiles en Hiroshima y Nagasaki, y luego agredió Corea para dejarle al mando a otro demócrata, Kennedy, del ataque a Vietnam; su sucesor, Lyndon Johnson, ordenó la invasión a República Dominicana en 1965 y, más recientemente, Bill Clinton atacó a Haití y Yugoslavia, bombardeó Sudán, Afganistán, Irak y Somalia.

¡Habrá cambios para que todo siga igual!: Obama puede hacer converger las tradiciones demócrata y republicana.

 

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