Nazanin Armanian
Publico.es
En las primeras imágenes de las manifestaciones en apoyo al gobierno de Tayyeb Erdogan durante el intento del Golpe de Estado del 15 de julio no se veía ni a una sola mujer. En cambio, sí hubo una en el bando de los golpistas: Karima Komsch, pilota de uno de los dos F-16 que sobrevoló el cielo de Estambul. Nada que ver con la presencia contundente de mujeres detrás de las barricadas en el Parque Gezi en 2013, o en las filas de la guerrilla del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).
La política oficial del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) durante sus catorce años de gobierno ha sido eliminar la figura de la mujer-ciudadana para sustituirla por la de esposa-madre tutelada por los hombres. Incluso el código penal turco incluye los “crímenes de honor” en el capítulo de las cuestiones de familia y no en la categoría de “crímenes contra las personas”. Entre 2010 y 2015, sólo bajo este concepto, fueron asesinadas 1.134 mujeres.
Hoy parece una anécdota histórica que en 1930 las turcas ya tuvieran el derecho al voto —antes que las francesas— y contaran con una alcaldesa, la señora Sadiye Hanım, en el municipio de Kilickaya. La actual crisis estructural que sufre Turquía agravará este retroceso en los derechos de la mujer que, por otro lado, está teniendo lugar a nivel mundial.
Ser talibán a lo turco
Menospreciar la capacidad intelectual y física de la mujer y asignarle el papel de estar al servicio de las necesidades del hombre son el eje central del discurso del AKP. El propio presidente Erdogan suele recurrir a los textos sagrado para despolitizar la desigualdad y santificar la discriminación de la mujer. Ha llegado a decir que el liderazgo político de la mujer “va en contra de la naturaleza humana”. Pues decenas de millones de hombres y mujeres en Alemania, Ruanda, o Brasil han desafiado el orden natural cósmico al dejar su destino en mano de las mujeres. La misma Turquía fue gobernada entre 1993 a 1996 por una mujer: Tansu Çiller. A ver, lo contra natura es que obliguen a una mujer a cumplir con un rol que no desea, o a una niña de 13- 14 a convertirse en el juguete sexual de un hombre como “esposa”, con el riesgo añadido de perder la vida por gestar en su cuerpo no preparado a otro ser humano.
Un tercio de las novias en Turquía son menores de edad. Erdogan ha llegado a decir que las mujeres sin hijos son “seres incompletos”, que el control de la natalidad es una “traición a la nación”, que cada mujer debe contribuir a la grandeza del país con, al menos, tres hijos y que el aborto y el parto por cesárea son parte de una conspiración orientada a destruir el país. Él ve a las mujeres como máquinas de producir niños y mide el tamaño de su poder en función del número de personas a las que gobierna. Como si Pakistán, con sus 200 millones de desarrapados, tuviera más poder que Suecia con sus 9,5 millones de almas. El presidente turco además ofrece incentivos económicos a hombres y mujeres que quieran casarse y tener hijos. Su intento de convertir el Día Internacional de la Mujer en el “Día de la glorificación del Parto” fracasó: miles de mujeres ocuparon las calles de varias ciudades del país el 8 de marzo de 2015 para burlarse de la prohibición de manifestarse este día bajo el pretexto de “falta de seguridad”.
Los islamistas identifican la modernidad y el progreso en los derechos de la mujer con la “occidentalización” y la colonización cultural del país. El mismo pretexto sirve para prohibir o debilitar los sindicatos por haber sido un invento de los trabajadores occidentales: La ‘Occidentofobia’ sale de los mismos sótanos oscuros que la Islamofobia.
El ex primer ministro Ahmet Davutoglu es otro ejemplo, porque ha alertado a su audiencia de que en Occidente, la igualdad entre los sexos, que es “mecánica”, ha sido el principal motivo de la elevada tasa de suicidio de sus mujeres. Supongamos que es así. ¿A qué se debe el asesinato de miles de mujeres a mano de los hombres en Turquía, país oriental y bajo un régimen “virtuoso”?
El control establecido sobre el cuerpo de la mujer es tal que la ley obliga a los laboratorios a enviar los test de embarazo positivo de mujeres a los médicos de familia para que éstos le informen al esposo o al padre de la mujer (da igual que ella sea profesora de universidad o empresaria), poniendo en peligro su vida además de violar su derecho de privacidad.
Los discursos misóginos y la transformación de las instituciones del país, las leyes, y la normalización de las prácticas religiosas en los espacios públicos han estado al servicio del AKP para fundar una teocracia civil, al tiempo que, desde el islamismo de la clase alta se “blanquean” las más horrendas formas de esclavitud. Según Emine, la primera dama del país, los harenes otomanos eran “un centro de enseñanza para la preparación de las mujeres a la vida”, que no una prisión donde se encerraba a muchachas secuestradas para la diversión de los sultanes y pachás pervertidos. De hecho, su marido ha patrocinado a un grupo de hombres psicópatas, al ISIS, quienes secuestran a mujeres sirias e iraquíes para violarlas y matarlas delante de las cámaras.
Al servicio de este proyecto está la creación de una mezquita por cada 400 personas —mientras hay un hospital por cada 60.000— y la reapertura de las madrasas fundamentalistas llamadas “Imam Hatip” para reislamizar a los desviados musulmanes del país.
Dormir con el enemigo
No sorprende, pues, que se haya disparado el feminicidio sistemático: de 66 asesinadas en 2002 se ha pasado a 847 en 2013 y la mayoría se produjeron por solicitar el divorcio o rechazar la reconciliación. Los tribunales, en vez de proporcionar justicia para las víctimas de malos tratos, fuerzan a las victimas a reconciliarse con su maltratador para preservar “el santo matrimonio”. El Consejo Superior de Jueces y Fiscales ha sido más atrevido y, con el fin de crear nuevas familias, sugería en 2011 que “las mujeres que son víctimas de violación pueden casarse con sus violadores“, o que “se archivarían los casos del rapto y violación en grupo a las menores de edad si uno de los culpables se casara con ella”. En caso de que el delincuente no quiera tener de esposa a la mujer a la que ha destrozado la vida, basta con ofrecer pruebas de que ella le provocó para que obtenga una reducción de la condena. ¡Y lo han conseguido! En Turquía la tasa de divorcio era del 1’7% en 2015 mientras que la del matrimonio ha subido un 7’7%, al contrario de, por ejemplo Irán, donde el divorcio aumentó un 4’2% comparado con el año anterior. El porcentaje de bodas, por su parte, se desplomaba en un 3’4% mostrando así la disfuncionalidad de esta institución patriarcal.
El modelo “moderado” de derecha religiosa
La Turquía de Tayyeb Erdogan es el único entre los países musulmanes (que no estén en guerra) donde decrece, desde el año 2000, el número de mujeres con trabajo remunerado. Miles de mujeres trabajan a destajo en casa para diferentes industrias y aun así no salen del umbral de pobreza, por no hablar de que pierden toda posibilidad de entrar en el espacio público. El capitalismo religioso, al contrario del modelo europeo que anima a las mujeres a tener más tiempo para producir y renunciar a cambio de formar una familia, les ha arrebatado las pocas horas que podrían dejar de ser esclavas a tiempo completo del mercado, de la familia y de la religión.
Y a pesar de todo Turquía, como todos los países musulmanes, avanza en el laicismo. Lo “sagrado” no determina la vida cotidiana de sus gentes porque cada vez más jóvenes viven “en pecado” y el desfile del día del orgullo gay recorre sus calles cada año.
Ahora que Turquía sufre uno de los momentos más tensos de su historia, ¿qué papel jugará la mitad de la población?