Irán, playa del Caspio, años 60
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El calor azota fuerte y las mujeres practicantes del Islam desean arrancarse la ropa, soltarse la melena, chapotear y disfrutar de este bien común como otras mujeres. Sin embargo, no pocas se encuentran con tres barreras que se lo impiden: el gobierno de sus países, el “gobierno” de sus hogares, y por último, las creencias que dominan sus mentes, amenazándoles a recibir duros castigos aquí y “allá” si enseñan cuerpo y piel a hombres extraños. En las playas de España se las puede ver totalmente cubiertas sentadas con resignación en la arena y realizando la tensa tarea de vigilar a los niños, mientras ven cómo sus maridos, con el bañador y sin velo se divierten en el mar compartiendo agua (y coqueteando) con otras mujeres en biquini.

Ellas tampoco pueden usar las piscinas. Cuenta Saliha Ahouari, trabajadora social madrileña de origen marroquí. La prohibición de la entrada de mujeres con el velo ha perjudicado, principalmente, a los hijos e hijas pequeños de éstas ciudadanas, que dependen de adultos para acceder a estos espacios. Se les ve llorando cuando salen de allí frustrados y sin mojarse el cuerpo.  “Así va el mundo, en manos de unos adultos irracionales, incapaces de dar una solución a un problema tan ridículo”, pensarían con incredulidad los peques. Aún no sabe que la misma existencia de jefes cristiano-occidentales y musulmano-orientales reside justamente en mantener sus “tribus” separadas una de otras.

 


Mujeres en una playa de Egipto

Obviamente, también en esta cuestión manda la “pertenencia a una clase social”: las mujeres de las clases media y trabajadora se quedan privadas de este ocio, mientras las conservadoras pero ricas disfrutan de una piscina privada en su mansión.

¿Cómo se puede socializar este ocio sin contribuir al avance imparable de la extremaderecha religiosa, que utiliza a los más desfavorecidos y su fe para desarrollar su doctrina reaccionaria y empapada de apartheid de género?

El gran mérito del secularismo ha sido justamente posibilitar la convivencia pacífica entre las personas de diferentes credos o de ninguna; por lo que la idea “progre” de asignar algunos días de la semana para el uso exclusivo de “musulmanas” (luego vendrán las judías, budistas, Hare krishnas, etc.) seria cruzar, de forma temeraria, los límites de la libertad religiosa. No hay que confundir la religión (que además de ritos e ideas fantásticas sobre la creación, es un poder en manos de una élite no electa)  con la espiritualidad de personas. Los responsables de algunos ayuntamientos, para reducir el peso del (nacional) catolicismo en los colegios, por ejemplo, han recurrido a la desconcertante solución de introducir los símbolos de todas las religiones en las clases, y de paso ganar unos votos: éste es justamente el significado del “populismo”: contentar a muchas “clases” (incluidas los líderes oscurantistas de los religiones), y ganar “pan para hoy” a pesar de que será una tragedia (para las mujeres y la democracia) para mañana. Algunos, desde la sensatez, cometan este error por su ignorancia respecto a los verdaderos significados (no religiosos) del velo o de la kippa sobre la cabeza-mente de los menores.

¿Qué hacer?

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha autorizado a Suiza el derecho de obligar a los padres musulmanes a enviar a sus hijas a clases de natación mixtas para facilitar su integración social. En esta misma línea (impedir que el fanatismo de los padres perjudique a los menores), la Fiscalía General del Estado español en 2012 ordenó que los Testigos de Jehová no podrán oponerse a que sus hijos menores de edad reciban transfusiones de sangre en caso de que peligre su vida.

Saliha, por su parte, aboga por la solución australiana: piscinas que algunos días de la semana acojan solo a mujeres que por cualquier motivo -racial, religioso, discapacidad, talla, edad, etc.-, no quieren mezclarse con los hombres. La misma idea se puede aplicar a las playas: ya que hay playas nudistas, no cuesta nada que una parte también esté dedicada de forma exclusiva a mujeres (y a hombres) de cualquier condición. Así se evitaría las humillantes escenas como la que vivió Hajer Zennou, rodeada de hombres armados, en una playa de Niza.

En Tánger, Marruecos, un grupo de mujeres ha solicitado una playa para ellas, no para salvar su fe sino para librarse del acoso sexual que sufren las bañistas. Aunque no acabarán con el  machismo incrustado en el sistema, ni con las frustraciones de una población sexualmente reprimida, al menos podrán relajarse durante unas horas.

 

El Corán pide mente dinámica a los fieles

Solo un acuerdo sólido, un pacto social, puede conseguir que las partes interesadas cedan en sus posturas y sean capaces de dar un paso atrás para luego poder dar dos adelante. Las posturas de “No me baño sin mi velo” es igual de dogmática e irracional que el “No te dejo entrar con el velo”.

La prenda que cubre la cabeza de las mujeres ortodoxas de las religiones semíticas nació en los desiertos de Oriente Próximo para proteger su salud,  aunque pronto se llenó de matices, señalando el estatus social, el grupo étnico o religioso, y también el dominio del hombre sobre la mujer.   Mientras la Biblia exige que la mujer tenga una “señal de la autoridad del hombre sobre su cabeza” (Cor.11), el Corán desvincula el velo de la fe de la mujer: primero que se tape el escote (que no el pelo o cabeza) ya que es el responsable de la incontinencia sexual del hombre. (Corán: 24, 31) y luego puede deponerlo al llegar a la menopausia (Corán: 24, 59), relacionando el velo con la edad fértil de la niña-mujer: por lo que la Sharia obliga a los padres a cubrir la cabeza de sus hijas de 6-7 ¡considerándola una mujer a TODOS los efectos!

En Persia y Babilonia, sólo las aristócratas se cubrían en público con un tul (deformación fonética del término persa de “tur”), exhibiendo su clase social, la misma razón por la que El Corán pide que las esposas de Mahoma y las creyentes se distingan: “para que sean reconocidas y no molestadas» (33:59).

Y ¿Qué hay que hacer si las mujeres son molestadas por llevarlo? El Corán les propone deshacerse del dogmatismo: “Se os prohíbe comer la carne del animal que haya muerto de muerte natural, la sangre, la carne de cerdo y la del animal que se sacrifique en nombre de otro que Alá; no obstante quien se vea obligado a hacerlo en contra de su voluntad y sin buscar en ello un acto de desobediencia, no incurrirá en falta. Es cierto que Alá es perdonador y compasivo” (versículo 2:173).

Han sido los integristas quienes a partir del 1979 y gracias al patrocinio de EEUU durante la Guerra Fría, quienes han podido imponer su versión más perversa del ser humano, que le mitra como un mero ser sexual con intenciones pervertidas, y convertir  el atuendo de la mujer en su bandera, a pesar de que decenas de millones de musulmanas en India, Indonesia, Pakistán, Afganistán, Siria, Libia, Malasia, Bangladesh, Turquía o Irán siguen sin vincular su religión con el velo.

Se podría aplicar la misma lógica de las fábricas, colegios y aeropuertos europeos, donde hay baños separados por sexo, a las piscinas, sin caer en la trampa de la misoginia religiosa o laica.