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Después de ordenar la mayor reducción de tierras públicas protegidas de la historia de EEUU, hacer la mayor bajada de impuestos en 30 años, y conseguir que el Tribunal Supremo avalase su infame solicitud de prohibir la entrada de personas procedentes de ocho países en su mayoría musulmanes (entre los que no está Arabia Saudí, acusada por el propio Trump y el Congreso de estar detrás del 11-S), el presidente de EEUU deshace la política tradicional de EEUU respecto a Palestina: anuncia el reconocimiento de Jerusalén ocupado como capital de Israel y ordena el traslado de la Embajada de su país a esta ciudad. Trump así, en un acto suicida, despoja a los palestinos de todos sus derechos para dárselos a Israel.

Durante 70 años, EEUU ha permitido a Israel robar las tierras palestinas (incluso cuando pretendía ocultarlo firmando la Resolución 2334) y hacer una limpieza étnica. Esta decisión de Trump representa una nueva fase en la agresión al pueblo palestino. Ni Bill Clinton ni George W. Bush, que también prometieron mudar la Embajada a Jerusalén, se atrevieron a hacerlo. Habían dejado que el propio Israel a través de sus políticas ilegales y leyes se apoderase de la Ciudad Santa. De hecho, la ‘Ley del Gran Jerusalén’ incluye la expulsión de los palestinos “residentes” de su ciudad natal con mil artimañas, aumentar la población judía de la urbe trasladando a miles de colonos judíos como votantes elegibles, ampliar sus límites municipales para incluir los asentamientos ilegales en Cisjordania, y limitar aún más los derechos de los palestinos, todo ello para distorsionar la identidad de Jerusalén.

Entonces, ¿qué ganaría Donald Trump con una medida que aísla a EEUU, perjudica sus intereses en Oriente Próximo y amenaza su seguridad?

El anuncio ha sido un balón de oxígeno para Netanyahu, que tuvo que soportar la protesta de decenas de miles de israelíes el pasado 2 de diciembre pidiendo la dimisión de su gabinete por corrupción.

Una urbe santísima

Jerusalén, cuyo nombre árabe es Al-Quds (“Lo sagrado”), fue fundada por el reino Ugarit (1450 a. C – 1180.C.)