Nazanin Armanian

Publico.es

Los virus y las bacterias no discriminan ni exterminan a una población, lo hace el sistema político-económico. Y en la India, el coronavirus y las medidas de su primer ministro Narendra Modi se han dado la mano para hundir el país definitivamente. El 24 de marzo, a las 20 h., y con más de un mes de tardanza en reaccionar ante la epidemia, Modi dio un discurso televisivo (que no una conferencia de prensa), para anunciar que en cuatro horas el país iba a quedarse paralizado para tres semanas, y pidió a los ciudadanos no salir de sus hogares, sin revelarles lo que había planeado para “protegerles” de la agresiva partícula, que según los datos oficiales, que parecen una macabra broma, ha infectado a unas 500 personas y ha matado a 10. El epidemiólogo Ramanan Laxminarayan afirma que en India entre 30 y 50 millones de personas podrían infectarse del virus, y cerca de 2 millones podrán morir. Imagen

 Era de noche y miles de personas “pudientes” de grandes ciudades arrasaron los supermercados abiertos mientras cientos de miles de trabajadores migrantes huyeron hacia las estaciones de autobuses y trenes para regresar a sus aldeas. En este país,  trabajar desde casa es para los trabajadores de cuello blanco, y estos migrantes sobreviven de lo que ganan día a día, sin seguro del desempleo, ni una rupia ahorrado, y si los negocios iban a cerrar, al menos encontrarían en sus pueblos alimento y un techo bajo el que dormir. Pero, muchos no llegaron a tiempo: las redes interestatales de autobuses y trenes estaban cerradas. Indian Railways, tren que conecta todo el país, apagaba sus motores por primera vez en 150 años, obligando a niños, ancianos, mujeres (algunas embarazadas) y hombres desesperados a caminar, en el calor del sol y en la oscuridad de la noche, cientos de kilómetros en chanclas, sobreviviendo con agua y galletas, mientras Modi mandaba vuelos especiales a varios países para repatriar a sus ciudadanos atrapados en extranjero.Entre los viajeros, el periodista Salik Ahmad encontró a Kajodi Devi, una anciana de unos 90 años cuya familia vivía de la venta de juguetes en los semáforos de un suburbio de Delhi, y ahora se dirigía a su Rajastán natal, a 420 km.

 

 

Cerca de 100 millones de migrantes que trabajaban en las ciudades en el sector informal – que constituye el 80% de la fuerza laboral de la India- de albañil, vendedor ambulante, cocineros, empleado de hogar, peluquero, obrero de fábrica, jornalero, etc.-, habitan en chozas de pocos metros con su familia, en guetos lúgubres. “Moriremos antes de cansancio y de hambre que por el coronavirus”, dicen exhaustos de caminar. La semana pasada, un hombre de 39 años que caminaba dirigiéndose a Madhya Pradesh, unos 300 km., se murió agotado en la carretera.  

Si el régimen de Modi no esperaba un éxodo de tal magnitud se debe a que está ajeno a la realidad social. En 1896 el gobierno colonialista británico, ante la epidemia de peste en Bombay, salvó la ciudad enviando a los migrantes a sus aldeas donde la bacteria Yersinia pestis se propagó sin piedad.

El mundo debe prepararse para la tragedia que se gesta en India.

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