Nazanin Armanian

Publico.es

Activistas israelíes y árabes han pedido juntos un alto el fuego en GazaImagen: Mostafa Alkharouf/AA/Picture Alliance

Mientras en Europa y varios países de Oriente Próximo ha habido grandes protestas contra el genocidio de los palestinos en Gaza y Cisjordania por el régimen ultraderechista de Israel, ha sorprendido que en dos gigantes de la región, Irán y Egipto, así como en el propio Israel, no ha habido estas muestras de solidaridad con cerca de un millón de palestinos torturados y condenados a morir en el campo de exterminio Gaza.

En Egipto, el dictador Al Sisi, cómplice necesario de Israel en este tenebroso escenario, no sólo negó a miles de palestinos heridos y desesperados la entrada al Sinaí, creando una inquietante innovación en los conflictos bélicos, sino también prohibió las manifestaciones propalestinas tras volverse en contra de su régimen policial. En Irán, además de este temor por parte una teocracia totalitaria que prohíbe cualquier reunión no gubernamental, juegan otros dos factores: 1) el patrocinio de Hamás por parte de un régimen repudiado que, al igual que Israel, ha equiparado el apoyo al pueblo palestinos al de Hamás, y 2) la propaganda de los medios de la lengua persa, emitidos desde EEUU y Europa, que culpan al islam de la catastrófica situación económica, social, política de Irán, ocultando los mil y un lazos del islamismo con el imperialismo estadounidense y sus socios.

Los requisitos de solidaridad

Para que un grupo de personas muestre empatía de forma activa con otro, tanto en el mismo espacio geográfico como fuera de él, deben existir varios factores:

- El “altruismo” versus ”egoísmo”, que requiere una ética basada en la responsabilidad colectiva, una ideología centrada en el concepto de la Humanidad, y en la protección de los más vulnerables. Las religiones semíticas (judaísmo e islam) son credos tribales, que instruyen a sus fieles practicantes en dar limosna a los suyos para mantener el sistema de clase, y repudiar (y eliminar) a los que no pertenecen a la familia. La salvación es individual, e incluso a veces se consigue  sacrificando otras vidas (de animales humanos y no humanos).

 

- No poner en riesgo los intereses propios: la voluntad del ofrecimiento es individual, no colectiva. Según el profesor Aziz Haidar de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en 2017 alrededor del 27% de los “árabes de Israel” eran de clase media (frente al 17% dos décadas antes).

- Tener conciencia de las aspiraciones compartidas intangibles, generada sólo por una fuerza de vanguardia. Las Brigadas Internacionales que acudieron a España para luchar contra el fascismo, por ejemplo, pretendían evitar el avance de este monstruo por el resto de Europa.

- Y un dato más ausente en las teorías sociológicas: los “solidarios” deben contar con la libertad de expresión y de movimiento para manifestar su intención.

 

Los palestinos de Israel

De los 9,9 millones de ciudadanos de Israel 2,1 millones son palestinos: la cifra, obviamente no incluye a los 5,48 millones de palestinos de Gaza y Cisjordania (“los de afuera”), que carecen de estatutos y de derechos.

Se trata de los descendientes de los palestinos que lograron permanecer en sus tierras, después de que los ocupantes sionistas llegados de Europa en 1948 forzaran a 750.000 de sus habitantes a huir de sus hogares con lo puesto: Nakba «La Catástrofe». La mayoría se autodenomina Ciudadanos Palestinos de Israel (CPI), mientras la administración israelí les llama “árabes de Israel”, y con tres objetivos: a) borrar su memoria histórica, b) impedir que planteen las mismas reivindicaciones históricas que los refugiados palestinos, y c) romper sus lazos con los palestinos de Gaza y Cisjordania, y diluirlos en la “masa árabe”, ignorando que “los palestinos” aparecen en los registros históricos miles de años antes que los árabes que eran habitantes de la Península Arábiga. Hoy es “árabe” aquel pueblo que hablan este idioma. Los jóvenes palestinos tienen una identidad híbrida, aunque la actual guerra contra Gaza ha bajado el peso de su “israelidad” en favor de la “palestinidad”.

Israel, al igual que el Líbano o Irán, divide a sus habitantes por su credo religioso; los ciudadanos son discriminados por su fe, las leyes medievales, y por ser mujer. La Estrella de David en su bandera, al igual que la palabra Alá en la de Irán, grita a los cuatro vientos un supremacismo a destiempo, hasta en las formas. ¿Alguien cree que para el “Creador”, criminales como Benjamín Netanyahu y su equipo satánico son “gente elegida”, antes que miles de bebés y niños que han asesinado?

 

Los CPI, que en su mayoría son musulmanes sunnitas y seculares, se consideran una minoría nacional, que no religiosa, étnica o lingüística.

La proclamación de Israel como “patria nacional del pueblo judío” en 2018, entre otras diez implicaciones, convirtió a los no-judíos en ciudadanos de segunda, colocando a los 362.000 palestinos de Jerusalén, capital ilegal del nuevo invento, en una situación peor que los demás CPI: carecen del estatus de ciudadano (algunos no lo quisieron y a otros se les denegó), y cuentan con el permiso de residencia permanente con derecho a trabajar revocable y pueden ser expulsados del país. ¿A dónde se les deportaría?

Un Apartheid oficial

Los palestinos, el 21% de la población (2023), invisibles en los medios de comunicación israelíes, al igual que sus problemas y demandas, sólo tienen asignado el 7% del presupuesto del Estado. En las ciudades de mayoría árabe hay deficiencias en los servicios fundamentales, como transporte público, guarderías, seguridad, etc. Según la Oficina Central de Estadísticas de Israel (2023), cerca de la mitad de los CPI vive por debajo del umbral de la pobreza, su esperanza de vida es cuatro años menor que la de sus vecinos judíos, pero su tasa de desempleo es mayor. Toda propaganda sobre la táctica de la “bomba demográfica” palestina (de tener muchos hijos para convertirse en la mayoría de la población, alentada también por sectores palestinos de ideas obsoletas) es falsa. En 2023, la tasa de fertilidad judía era de 3,13 nacimientos por mujer, y la palestina 3,01.

Debido al racismo en la contratación laboral, usted no encontrará “árabes” en la dirección de las empresas, ni como empleados en las grandes compañías.

La Ley de Retorno de 1950, por ejemplo, otorga a los judíos de cualquier país y a sus familiares directos, el derecho a mudarse a Israel y obtener la nacionalidad, mientras se les priva a los palestinos y sus descendientes de regresar a las tierras que sus familias tuvieron que dejar en 1948 y 1967. Ahora, reclamar este derecho ha dejado de tener sentido: los palestinos luchan para no ser exterminados.

A la clase media de los CPI que busca viviendas de mejor calidad, le impiden acceso a los kibutzim: un ‘comité especial’ revisará sus solicitudes para decidir que no es conveniente que vivan con los judíos.

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Los CPI están exentos del servicio militar, por desconfianza del Estado judío hacia ellos y sus lealtades. De algún modo, su ejército se asemeja a los Guardianes Islámicos de Irán, creado parar proteger al sistema y su élite que no a la población. Discriminación que les priva de una serie de privilegios concedidos (como becas o préstamos para la vivienda) a los soldados en esta sociedad altamente militarizada. También es cierto que aquellos palestinos que hacen la Mili son estigmatizados en su “comunidad”, nombre moderno de la “tribu”, que desafía la ciudadanía.

Human Rights Watch ha denunciado que los recortes en las prestaciones en las asignaciones por hijos basadas en el servicio militar de los padres discriminan a los niños árabes.

Si en 2011, según el Colegio de Abogados de Israel, los CPI tenían más probabilidades que los judíos de ser condenados por los mismos delitos, y también recibir más años de prisión, la actual situación ha convertido al colectivo en “terroristas” potenciales.

Obviamente, la derechización y la religionización de la sociedad israelí también ha afectado a las palestinas, que además sufren el peso del sistema patriarcal propio, fortalecido con el protagonismo de los grupos de derecha islamista en Gaza. Hanin Zoabi, se destacó como la primera mujer palestina diputada del parlamento en 2009, e Iman Khatib-Yassin, diputada desde 2020 por su velo. De los 27 ministros del actual gobierno sólo 9 son mujeres: 5 son mujeres judías de origen marroquí e iraquí, y ninguna palestina

Impacto del asalto de Hamás sobre los CPI

Entre las víctimas del ataque perpetrado por Hamás el 7 de octubre al festival de música había una veintena de palestinos. Entre ellos, el paramédico Mohammad Darawshe que acudió al lugar con su ambulancia para llevar a los heridos y fue asesinado, en una operación, como mínimo, ciega, absolutamente incomprensible y desconcertante de la organización islamista. Yosef Ziyad, un conductor de minibús, acudió al lugar y rescató a 31 heridos.

Salvo muy escasas expresiones públicas de solidaridad con Hamás, como la de actriz Maisa Abd Elhadi, o de algunos estudiantes universitarios que enseguida fueron suspendidos, los CPI (tratados por el Estado como la “quinta columna” de Hamás), en su mayoría han condenado tanto el asalto de los islamistas a Israel y la matanza de los civiles, como la agresión militar israelí a Gaza y Cisjordania, en nombre de la represalia. El político palestino Mansour Abbas tachó la acción de Hamás de “inhumana” y “contraria a los valores del Islám”.

Con el objetivo de dividir aún más a la sociedad israelí, conseguir un mayor apoyo para aniquilar a los “animales” (versión del fascismo israelí para el término “subhumano” de los nazis), y aumentar la represión sobre los “palestinos internos”, Netanyahu advirtió a los judíos de que sus vecinos árabes pueden desatar una “venganza”, por el genocidio en curso de Gaza. Sin embargo, a pesar de la magnitud de la barbarie en la Franja, no ha habido ningún atentado contra los intereses de Israel y EEUU en nombre de Palestina. Justo semanas antes del asalto de Hamas, la prensa israelí hablaba de una posible guerra civil, pero no entre los CPI y los judíos, sino en el seno de la “comunidad” judía, entre los partidarios y opositores al plan dictatorial de la reforma judicial de Netanyahu.

Ahora bien, los CPI, siempre acompañados por los judíos progresistas, no han parado de mostrar su solidaridad con Gaza, en un clima en el que salvo el partido izquierdista Hadash, acrónimo del «Frente Democrático por la Paz y la Igualdad» con árabes y judíos en sus filas, y Ta’al «Movimiento Árabe para el Cambio», y el Partido Comunista de Israel, el resto de las formaciones políticas han respaldado la masacre sin precedente de los civiles palestinos: cientos de los CPI han sido arrestados, despedidos de sus trabajos, atacados en sus domicilios y encarcelados, acusados de “terrorismo”, al igual que decenas de judíos antimilitaristas, por “traición”. Por lo que, con el fin de no poner en peligro a los activistas, los líderes de las protestas están llevando a cabo sus actos de “Alto a la guerra” de dos formas: “concentraciones” virtuales, y las presenciales sólo con los dirigentes y personalidades destacados.

A principios de noviembre, cuatro exdiputados palestinos del parlamento, entre ellos Mohammad Barakeh, fueron detenidos por participar en una vigilia contra la guerra; Abed Samara, jefe de la UCI del Hospital Hasharon ha sido suspendido de su empleo, y Dalal Abu Amneh, cantante y neurocientífico, pasó dos noches en los calabozos por colocar una bandera palestina en su domicilio.

El 2 de marzo, por fin autorizaron una concentración: pero no en Tel Aviv o Haifa, sino en la aldea Kafr Kana, y en un campo de futbol apartado y en un sábado que no hay transporte público.

A quién quiera identificarse con Gaza, lo subiré ahora mismo a un autobús y lo llevaremos allí”, amenazó el comisionado de Policía Kobi Shabtai.

La policía tiene orden de impedir cualquier acto de solidaridad con Gaza. Las protestas son atacadas por la policía que utiliza balas, porras, técnicas de ahogamiento callejeros (el de “No puedo repisar”), camiones que disparan chorros de líquido de mofeta, con hedor de aguas residuales, que provoca lesiones graves, náuseas, dolor ocular y abdominal, la caída del cabello. Si fuera poco, la policía entregó 100.000 nuevas licencias de armas, sin que ningún árabe entre los “agraciados”. Pues, el arma es justamente para atacar a los árabes.

El Plan Lieberman es apoyar un Estado palestino pero con el objetivo de crear un Israel homogéneo (como una tribu), transfiriendo a los árabes de la frontera al control de la Autoridad Palestina a cambio de anexionar los asentamientos judíos que han ido ocupando. Los CPI perderían los derechos conquistados para entrar en una zona gris de absoluta incertidumbre.

Si la máxima prioridad para los palestinos de Gaza hoy es vivir, la de los CPI es neutralizar los planes de la ultraderecha israelí de extender la limpieza étnica a los “palestinos del interior”.

La sociedad israelí, en su conjunto, está sufriendo una represión sin precedentes contra la libertad de expresión y reunión. “Una nación que ocupa otra nación nunca será libre” recuerda el eslogan que adorna un espacio de un grupo de jóvenes israelíes contra la guerra “Gen Zayin” «Generación Z» proponiendo un Estado Federal.