Nazanín Armanian
Nunca fue tan popular. En el aniversario de su u tumba ya es lugar de peregrinación para miles de iraquíes. Sus victimas de ayer, hoy construyan su figura de héroe. ¿Amnesia colectiva? Aquí es Oriente Medio. La tradición manda perdonar los crímenes cometidos por aquel que ha muerto de forma injusta. Y a Saddam ya se le ha convertido incluso en mártir. 
El hombre de los hombres árabes” así se definía Husein, un mediocre déspota, reaccionario narcisita, cuyo principal delito fue, para sus verdugos, promover un nuevo movimiento nacionalista árabe.
 
Ganó, en los 60, la simpatía de EEUU cuando siendo el jefe de la inteligencia iraquí, detuvo a unos cuatro mil marxistas y los ejecutó en Abu Garaibe y en otras decenas de prisiones, ahora con nuevos “usuarios”. En 1979 tomó el poder mediante un golpe de Estado apoyado por la CIA, y cayó en desgracia una vez desintegrada la URSS en 1991: sobraba en el diseño del Nuevo Orden Mundial. Llegó su hora y el Pentágono exhibió su humillación, secándole de un zulo. “¿Era éste quien coordinaba, según “los de Azores”, las redes terroristas al nivel planetario?” ¡Ni siquiera llevaba un teléfono móvil encima!
Según la Convención de la ONU ningún gobernante puede ser arrestado por una fuerza extranjera que ocupa su país. Y otra vez, EEUU y su impunidad. En otra incursión habían secuestrado al General Noriega a pleno luz del día. 
A Saddam luego del rapto se le negó ser juzgado en una corte internacional, similar a la que procesó a Milosevic. Lo querían muerto y dichas cortes no dictan la pena capital.
El tribunal contra Saddam- que recibió de EEUU 128 millones de dólares, a cuenta del petróleo iraquí- celebrado en pleno caos legal y político, prohibía, de paso, procesar a los extranjeros, otorgando impunidad a quienes, por ejemplo, vendieron a Husein los gases mortíferos empleados en la matanza de los kurdos. Los videos de aquel juicio a puerta cerrada que eran enviados a los medios con la etiqueta de “Aprobada por el Ejército de EEUU”, dejaban en ridículo al gobierno soberano de Bagdad.
¿Tenían los invasores la autoridad moral para procesar a Saddam, si en un año segaron más vidas que él en décadas?

El Tribunal de Núremberg dictó: “Desencadenar una guerra de agresión es el crimen internacional supremo y sólo difiere de los otros crímenes de guerra por el hecho de que los contiene todos“. Ese “todos” incluye bombardear la población, provocar la muerte de un millón de personas y la huida de otros cinco millones, torturar y violar.
Aplicarle la pena de muerte a Saddam fue la señal del sistema valores degenerados que se iba a imponer al Irak tutelado. 
Él que vivió como un cobarde caudillo, supo morir