Nazanín Armanian
A pesar de que la rebelión popular del mundo árabe ha relegado la cuestión nuclear de Irán a un quinto lugar en la agenda de EEUU e Israel, Teherán no está de celebraciones. En la víspera del aniversario de la revolución de febrero de 1979, la oposición reta al régimen que autorice la marcha pacífica de los ciudadanos para comprobar si goza de más popularidad que Mubarak.
¿Podrá el populismo religioso tomar el poder en Egipto como pasó en Irán hace 32 años? 
Transcurría la Guerra Fría, cuando Pahlevi, aliado de EEUU, se tambaleaba por la revolución espontánea del pueblo. Que Irán fuera vecino de la Unión Soviética, además de tener la segunda reserva de petróleo del mundo, convertía un asunto interno en una cuestión internacional. El plan A de Washington, fue destituir al dictador y colocar en el poder a Shapur Bakhtiar (¿Al Baradei iraní?), compañero de Mossadegh -el carismático primer ministro que nacionalizó el petróleo en 1953-, quien prometió elecciones libres y reformas sociales. Pero la izquierda maximalista no se conformaba con menos de un gobierno bolchevique. Paso al plan B. General Huyser, subcomandante de la OTAN, es encargado de organizar un golpe militar, pero los golpistas potenciales ya habían huido. Según Jimmy Carter, los G4 decidieron así apoyar a los islamistas, para contener la posible influencia soviética en un Irán con una potente tradición marxista.

(Mujeres durante la revolución del 1979)


Al cuarto mes de las protestas, el ayatolá Jomeini –un completo desconocido para quienes hacíamos la revolución- es trasladado de Bagdad a París, con todos los medios de comunicación a su disposición, para convertirle en una alternativa. En enero del 1983, Vladimir Kusichkin, espía británico alojado en la embajada soviética en Irán, confesó haber colaborado con los jomeinistas en la detención de miles de militantes de izquierda y sindicalistas, entre ellos unos 50 líderes del partido Tudeh, comunista, ejecutados días después. Trato cumplido.

 

(Si en el 4 de noviembre del 79, unos jóvenes antiestadounidenses musulmanes y laicos, de forma espontánea, no hubieran tomado la embajada de EEUU en Teherán, sin duda las relaciones entre ambos gobiernos se hubieran desarrollado por otros derroteros)


Que hoy, los islamistas árabes juren que no son Jomeini, muestra la decadencia del Islam político. Pero esto, no consuela a Israel que ve cómo cambia el balance de fuerzas en la zona: en el Líbano gobierna Hezbolá y el vecino egipcio ya no es aliado.

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El próximo domingo, escribiré otra columna sobre otros aspectos de la relación entre la República Islámica y los democrátas/republicanos de EEUU.