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Han pasado desapercibidos. El país centroasiático acaba de probar un misil de crucero capaz de portar ojiva nuclear, de mandar detener al ex presidente, Parvez Musharraf, acusándole de asesinar a Benazir Bhutto, y como guinda ha arrestado a Raymond Davis, empleado de EEUU, por matar a dos pakistaníes en Lahore “cuando le iban a robar”. Para el ministro de exteriores, Mahmud Qoreyshi, forzado a dimitir por rechazar la inmunidad de Davis, éste podría ser un enviado de la CIA que “había cruzado la línea roja en la seguridad del país, al negociar con los Taliban para desestabilizar el Estado”. Lo sabe porque las víctimas eran agentes de la inteligencia que le seguían la pista. Mientras, EEUU busca una salida diplomática a la crisis que sea aceptable para millones de pakistaníes, que ya han convertido a Qoreyshi en el héroe nacional.
Incidente que amarga la satisfacción de Barak Obama por el orden contra Musharraf, quien con un discurso patriota contra el abuso de la gran potencia a su país, soñaba con regresar a la arena política. Junto con Karzai, dirigente afgano, el ex militar golpista ha revelado este doble juego de Washington en la lucha contra el terrorismo: prepara, en secreto, el ascenso de los Taliban al poder, a la vez que acusa a los líderes de ambos países de no combatir el terror integrista. Así, les han empujado a una guerra civil, además de “sucia” contra gentes que viven en un increíble subdesarrollo, ajenas a los miles de millones de dólares que reciben sus políticos en ayuda militar de EEUU.
La remodelación del sistema de seguridad trans-euroasiático de la OTAN, pasa en Pakistán (país vecino de China) por dos opciones: un gobierno fuerte y dócil, o un Estado que llamen “fallido”, para ser intervenido.
La primera, una cohabitación entre Musharraf y Bhutto, se desmontó con el asesinato de ella en 2007. El mayor beneficiario del magnicidio fue su cónyuge, Ali Zardari, que de ser un oscuro comerciante, caído preso por corrupción, se convirtió en el presidente del país, con el beneplácito de la Casa Blanca.
El general Kayani, jefe del ejército, supervisa con Washington este “caos controlado”. ¿Llegará también la oleada democratizadora a este país?