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Gulnaz, la joven súbdita de la República Islámica de Afganistán, tutelada por la OTAN, que fue encarcelada por ser violada y a la que cuadriplicaron la pena al poner un recurso, es el rostro de las mujeres de su tierra, gobernada por un tal Karzai que, en un alarde de compasión, la indultó a condición de que se convirtiera para toda su vida en la esclava sexual de su agresor –que anda libre-, evitando así otros 12 años y estar a merced de los carceleros. Solución que pone en evidencia su mentalidad misógina y su incompetencia en establecer la ley. Ni le facilitó una casa de acogida -existentes gracias a las feministas-, ni pensó en el peligro que correría la hija de ella, que estará bajo el mismo techo que su padre delincuente sexual.

Su propuesta, nada original, aparece en la Biblia (Deut. 22: 28-29), en caso de que la muchacha fuese virgen, y como un castigo ejemplar al violador, quien así llevará de por vida el estigma de ser esposo de una deshonrada. Era, también, una salida “decente” para ella y su familia, miembros de una comunidad de tribus. Por otro lado, la violación de una mujer, casada o viuda, era un pecado que llevaría a ambos a la muerte por apedreamiento. Islam, religión hermana del judaísmo, recopiló dichas normas, hoy en desuso en todos los países que profesan este credo, salvo en unos cuantos gobernados por la ultraderecha religiosa.

La Unión Europea ha prohibido la exhibición del documental “In justice”, que trata el caso de Gulnaz y otras presas, para no enturbiar sus relaciones con el gobierno fantoche de Kabul, donde diez años después de la falsa promesa de su liberación, millones de mujeres siguen siendo agredidas hasta la muerte.

Esta lacra, fruto de una sociedad patriarcal de clanes, y su débil Estado central, ha ido en aumento por el apoyo extranjero a los grupos reaccionarios religiosos, protagonistas absolutos del escenario político afgano, que han ahogado todo intento de desarrollo del país.

Aunque parezca increíble, las mujeres de Afganistán tienen derecho al voto desde 1964 y, siendo República Democrática, dirigida por el marxista Najibullah (1987-1992), constituían el 40% de los maestros y el 70% de los médicos. Hasta contaron con una mujer ministra, la doctora Anahita Ratebzad, hoy exiliada.

Tras el asesinato de Najib (linchado como Gadafi, junto con su familia, cuando estaban en la sede de la ONU en Kabul), por los talibán-EEUU, se rompió el proceso de evolución natural de la sociedad. Hoy, sólo el 13% de mujeres están alfabetizadas, su esperanza de vida es de 43 años -las tasas más bajas del mundo-, y cientos se autoinmolan por la desesperación.

¿Dónde están los que se desgarraban las vestiduras por la mujer afgana? ¿O todo formaba parte de la pantomima que justificó la invasión a este estratégico país?

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