Elecciones parlamentarias de Irán
El periódico
Nazanin Armanian
Nada más aplastar la Primavera Iraní en el junio del 2009 y recuperar el sillón presidencial gracias al apoyo de su mentor Alí Jamenei –que así expulsaba a los reformistas del poder-, y la intervención directa de los Guardianes Islámicos, Mahmud Ahmadineyad reclamó ante los ayatolás su parcela autónoma del poder como presidente. Se acordaba del trágico destino de sus antecesores, víctimas de las maniobras encubiertas del alto clérigo. Al no recibirlo, decidió atraer el apoyo de la población, diseñando una estrategia: “Seré aquel que el pueblo quiera que sea” con tal de permanecer en el poder. Por lo que, se posicionó en contra del velo obligatorio, e intentó aumentar el peso de la Iraniedad (recuperar las tradiciones y ritos de Irán preislámico, repudiadas por el clérigo) en perjuicio de la islamiedad, acercándose a los paniranistas. Fue el último calvo a su ataúd. No ganó la simpatía del pueblo –¡a esas alturas!-, y los ayatolás le llamaron “desviado” (del Islam) y como aviso, enviaron a varios de sus familiares y colaboradores a la prisión. Él amenazó a tirar de la mata e infiltró que los 150 mil millones de dólares del dinero procedente de la venta del petróleo, desaparecidos de las arcas públicas, están en varios bancos europeos a nombre de Jemenei. El juego no terminó en empate.
Es en este contexto que El Líder a través de las actuales elecciones de Mayles ha denegado la entrada a los ahmadineyadistas; pretende formar un parlamento a su medida, e incluso suprimir el molesto puesto de Presidente de República, para que así la forma del régimen actual concuerde con su contenido y su realidad: un califato. De paso, quiere darse un baño de legitimidad y exhibir sus urnas ante la opinión pública internacional, marcando diferencia con respecto a las dictadoras de Oriente Medio, a costa de cajas previamente rellenadas y una participación en torno al 20% del electorado en la capital Teherán. ¡Mejor! Nadie dirá “¿Dónde está mi voto?” como en 2009.
La inestabilidad política, así como los graves problemas económicos, nacidos de la mala gestión, la corrupción y las sanciones que han provocado la caída del poder adquisitivo de los ciudadanos hasta un 40% en pocos meses, no invitan a los iraníes a sublevarse. ¿Hay algo peor que una teocracia totalitaria? Sí, la guerra que se asoma y promete ser apocalíptica.
El juego sigue. El destino de Ahmadineyad es un inquietante secreto. Los que más lamentaran su caída son aquellos países que invirtieron en demonizar su persona, y le presentaron como la imagen de toda una nación, para justificar futuros castigos colectivos.
Mientras el poder sigue atomizándose, se va formando el nuevo Estado Islámico pretoriano. Los militares, a la sombra del anciano Jamenei, controlan la economía, la industria petrolífera –actuando como un hoding-, también el aparato judicial, y ahora van a por el parlamento y el poder ejecutivo, diseñando un sistema parecido a la República Islámica de los generales de Pakistán. Planes que pueden quedarse en esto, solo planes por las sorpresas que la vida les tiene guardado.
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