Nazanin Armanian

Público.es

En Siria, lo único seguro en su incierto futuro es que los alauíes dejarán de gobernar, y el país volverá a la órbita sunita. Y esto será el menor de los problemas de una minoría religiosa que ha sido cómplice del régimen dictatorial y corrupto de los Assad.

Los alauitas “adoradores de Alí” (no hay que confundirlos ni con la monarquía alauita marroquí, que toma su nombre del fundador de la dinastía real, el Sultan Alí, ni con los alevíes de Turquía), son unos cuatro millones de fieles, repartidos entre Siria, Turquía, Líbano, Irak y Libia. Siglos de persecución ha convertido a los seguidores de esta camaleónica creencia en hábiles practicantes de taghiya (disimulo, algo como reservatis mentalis de los jesuitas). El Islam chiita es el último disfraz de su curioso culto.

Perteneciente al grupo Alí- ol- lahi (Alí es Alá) del sufismo, los alauíes ensalzan a Alí Ibn Abitalib (600- 661) primo de Mahoma, postura considerada blasfemia para todas las corrientes del Islam, cuyo Dios es inmaterial e incognoscible. Alí representa para ellos al ser humano perfecto, por sus altos valores morales, y por su posición en favor de los desheredados. Su famosa frase de “no se eleva un palacio sin antes derruir decenas de casas”, ha sido la bandera de los musulmanes de izquierda.

La doctrina ecléctica de los alauíes recoge del mitraismo el culto al fuego y el uso del vino en la liturgia; del chiismo, la esperanza de la llegada un salvador llamado Mahdi; del cristianismo la santa trinidad, y del budismo, la transmigración de las almas, negando así la escatología islámica sobre el infierno y el paraíso. Tampoco guardan el ayuno en Ramadán, ni realizan peregrinaje a la Meca, ni cumplen con las oraciones diarios, ni construyen mezquitas. Eso sí, celebran la Ashur -el martirio de Hussein, el hijo de Alí-, el Nouruz la milenaria fiesta iraní de primavera, y también la Navidad. Al igual que todas las comunidades de estructura tribal y patriarcal, los hombres dirigen el grupo aunque las mujeres no lleven el velo.

El poder y la metamorfosis religiosa

Que una minoría religiosa del 10% de la población, que había sido sometida a la servidumbre de la aristocracia suní, pudiese tomar el poder, se debe entre otras razones, al malabarismo de sus dirigentes. Tras la caída del imperio otomano, los franceses les asignaron, en 1922, una región autónoma. Catorce años después, los alauíes ofrecieron su territorio a los sirios a cambio de ser protegidos. Así empieza el proceso de su islamización por decreto. En 1936 la autoridad suní de Siria les otorgó el estatus “musulmán” con el fin de facilitar su integración. Consiguieron así, tener sus propios tribunales de justicia y no ser juzgados en las cortes sunitas, a cambio acudirán a mezquitas y orarán cinco veces al día.

En los cincuenta, tanto el Partido Ba’as -secular y semi socialista-, como las fuerzas armadas se llenaron de miembros de las minorías religiosas y étnicas, quienes buscaban prestigio social y bienestar económico. El golpe de Estado de Ba’as en 1963 y el mandato de Hafez al Assad a partir del 1971, el primer presidente alauí de la historia, hicieron que el poder, en vez de ser distribuido, se moviera de un grupo sectario a otro. Ahora, serán los sunitas, los discriminados.

Assad, bajo la presión de los sunitas Hermanos Musulmanes –resentidos por ser excluidos del poder, y gobernados por unos herejes e infieles- se vio obligado a añadir una enmienda a la Constitución que reservaba el puesto de la presidencia a los musulmanes. Pero, los atentados contra los altos cargos alauíes no pararon; las protestas organizadas por la Hermandad, alcanzaron en 1982 a varias ciudades. Assad consiguió aplastar aquella rebelión, matando a unas 20.000 personas. Eran otros tiempos. EEUU y sus aliados no podían lanzar un ataque “humanitario” a un aliado de la Unión Soviética, ni ésta a las dictaduras protegidas por su rival.

Si Hafiz al Assad abandonó el panarabismo, en parte fue porque sus líderes procedían de la aristocracia sunita. Se acercó a Irán una vez que el arrogante Sha había sido derrocado y en su lugar gobernaba la casta clerical chiita, enemiga de Israel y también de Saddam Husein. Se hizo aun más chiita. Estaba demasiado solo, tras la caída de la URSS, y el apoyo estratégico de la República Islámica además le otorgaba legitimidad político-religiosa. La autoridad chiita, por su parte, dejó de tocar la espinosa cuestión de las desviaciones doctrinales de éste aliado árabe. Hoy sus destinos se han entrelazado, peligrosamente.

Se oyen voces proponiendo la creación de una zona autónoma alauí para proteger a sus gentes de una posible masacre una vez que caiga Bashar al Assad. Desintegrar y debilitar Siria forma parte del proyecto del Nuevo Oriente Medio, diseñado por EEUU.

http://blogs.publico.es/puntoyseguido/475/alauismo-geopolitica-de-una-religion/

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Alauism: The geopolitik syrian religion

In Syria, the only sure in his uncertain future is that the alauíes will leave to govern, and the country will go back to the orbit sunita. And this will be the minor of the problems of a religious minority that has been accomplice of the dictatorial and corrupt diet of the Assad.

The alauitas “adoradores of Alí” (is necessary don’t confuse them neither with the monarchy alauita Moroccan, that takes his name of the founder of the real dynasty, the Sultan Alí, neither with the alevíes of Turkey), are some four million congregation, delivered between Syria, Turkey, Lebanon, Iraq and Libya. Centuries of persecution has converted to the followers of this camaleónica belief in skillful practitioners of taghiya (dissemble, something like reservatis mentalis of the jesuitas). The Islam chiita is the last costume of his curious cult.

Pertaining to the group Alí- ol- lahi (Alí is Allah) of the Sufism, the alauíes ensalzan to Alí Ibn Abitalib (600- 661) prime of Muhammed, posture considered blasphemy for all the currents of the Islam, whose God is immaterial and unknowable. Alí represents for them to the perfect human being, by his high moral values, and by his position in favour of the desheredados. His famous sentence of “does not elevate a palace without before derruir tens of houses”, has been the flag of the Muslims of left.