El número de familias formadas por los españoles y las personas inmigrantes va en aumento sin parar, creando el curioso fenómeno de “matrimonios transnacionales”. En su estudio el Instituto Nacional de Estadística  revela que, durante el año 2005, unos 14 mil  hombres españoles se echaran a  esta aventura de romper las fronteras del amor. Su preferencia: las latinas, por “dulces y cariñosas”.

En cambio, las alrededor de 9 mil españolas que unieron su destino a  inmigrantes lo hicieron sobre todo con los hombres de cultura y religión diferentes: los africanos. Ellas, fieles a la misión histórica de la mujer, se arriesgan, sin temor a lo desconocido, a la tarea de perfeccionar la evolución de la historia y a su principal actor: el ser humano.

Se trata de un cambio radical en los patrones matrimoniales, de reírse de la seuo teoría de “choque de civilizaciones”  fabricada en los laboratorios políticos y con fines económicos, y sustituirla por la doctrina del “Encuentro pasional de civilizaciones en cuerpo y alma”.

Esta exogamia pone en entredicho las barreras de clase, raza, etnia y confesión, y  pronostica un  futuro mestizo por lo cuatro costados del planeta, como resultado de la Globalización, que ha obligado a millones de personas abandonar sus hogares en busca de suerte en tierras lejanos y extrañas.

Sin embargo no en todos los países  uno/a puede dar rienda suelta a su corazón y sus pasiones como en este maravilloso trozo del planeta, llamado  España. Aun hay quien vela por la tontería de la pureza de la sangre y de creer que es más guapo que el otro. En Dinamarca, los juristas han decidido que los daneses antes de cumplir los 24 años no pueden unir su destino en el santo matrimonio con un extranjero; y una vez superando esta frontera del tiempo, para ser el cónyuge legal de su pareja,  no vale el compromiso romántico de “contigo pan y cebolla”, puesto que la joven  pareja debe de tener unos ingresos mínimos de 23.600 euros anuales. Y si no encuentran un curro porque el gobierno se preocupa más por la situación sentimental de los cuidadnos que de crear puestos de trabajo, se quedan sin poder formalizar su unión. Además, la pareja debe demostrar que posee la propiedad o contrato de alquiler de una vivienda. Y como casi nadie alquila un piso a un extranjero, al menos que deposite unos 6.000 euros de fianza, no les queda otro remedio que ir al país vecino, Suecia, a casarse creando una nueva categoría de exilados: la de “matrimonios daneses exiliados”. En aquel país, aquello de “te quiero como esposo en pobreza y en riqueza”  ya no vale. El matrimonio se ha convertido en un acto para los  ricos y pudientes y de pura raza. Pero, allí no acaba el calvario de los enamorados mestizos.  Si una danesa en un viaje a por ejemplo Egipto se enamora de un morenazo africano, y deciden casarse allí, ¡debe fijar la residencia familiar allí mismo! La ley les ordena que “la reunificación tendrá lugar donde se realizó el matrimonio”.

Todo un rosario de normas que con total impunidad vulneran las convenciones internacionales de Derechos Humanos que destaca el derecho de cada individuo de  formar libremente una familia.

Si pretenden de esta manera evitar matrimonios por conveniencia, deben de saber que incluso en este tipo de uniones el índice del divorcio es sólo de  15%, muy por debajo de las uniones “puras”.

¡Ponga usted un extranjero o una extranjera en su vida, abandone el  caparazón del miedo al desconocido, salte las barreras de clase, etnia, raza y religión y déjese “contaminar” por él, por ella.