Azadé kayani

El Periódico
La peculiaridad de la tensión que envuelve la Republica Islámica en estos momentos no radica en las masivas protestas de los ciudadanos por el fraude electoral, ya que a pesar de la prohibición de cualquier forma de crítica, los iraníes nunca han dejado hacerse oír. Lo sin precedente ha sido el enfrentamiento abierto y televisado, entre dos principales facciones del régimen islámico, en el que Hosein Musaví habló de lo que no debía: de la corrupción institucionalizada en un régimen que presume de espiritualidad y castiga duramente a los ciudadanos por su apego a la vida mundana.
Hasta entonces, las diferentes familias del régimen, en el afán de dar una imagen de estabilidad, habían resuelto sus diferencias con arreglos y con la mediación de Alí Jameneí, Rahbar (El Líder), una especie de caudillo que concentra los principales poderes del sistema: es jefe de las fuerzas armadas, tiene derecho a vetar todas las decisiones de los órganos electos, y diseña y dirige la política interior y exterior.

En este teatro, cada cuatro años se celebran unas peculiares elecciones sin partidos políticos (todos puestos fuera de la ley), en las que los hombres chiitas y fieles al Líder, representantes de distintas facciones del poder, sellan y legitiman el balance de sus fuerzas de cara al publico.
En los actuales comicios, la batalla por el sillón presidencial, se libraba entre la ultraderecha militarista, encabezada por Ahmadineyad, y la casta clerical y los civiles conservadores del régimen, dirigidos por Husein Musavi, ex primer ministro de la década de los ochenta, que ha ocultado a los jóvenes su pasado tenebroso, marcado por la ejecución de decenas de miles de miembros de la oposición democrática durante su mandato.
El asalto de los Guardianes islamistas tuvo su momento álgido en las elecciones del 2005, cuando Ahmadineyad, se hizo con el poder ejecutivo, en una especie de golpe de estado palaciego, para así culminar un proceso que había empezado por tomar los escaños del parlamento, y especialmente, sobre el sector petrolífero de la economía. La legitimidad de sus actos –decía- que procedía del sacrificio que hicieron defendiendo el país durante la guerra contra Irak (1980-1988). Por ello, la semana pasada, advirtieron que –a pesar de la prohibición constitucional-intervendrían en las elecciones si lo considerasen conveniente.
Había nacido la República pretoriana Islámica, cuya base social la componían los hijos de los aldeanos que a cambio de integrarse en decenas de cuerpos paramilitares, como Basij (Reclutas) y defender a su comandante y presidente, disfrutarían de una serie de ventajeas esperpénticas en el medio de una crisis económica que azota el país, resultado de la nefasta gestión económica, la caída del precio del petróleo y las sanciones económicas impuestas por la ONU y EEUU.
Así, el presidente Ahmadineyad hizo del programa nuclear y la causa Palestina pretexto para ignorar las reivindicaciones justas de los ciudadanos, acusándoles de organizar una revolución de terciopelo financiada por los EEUU e Israel, tradicional pretexto para la persecución de los críticos en la República Islámica.
Ahora, todo depende de si Musavi traiciona a pueblo y pacta por debajo de la mesa con su rival, o tal como parece, el control del movimiento se le escapa, y los propios iraníes tendrán la ultima palabra, en un contexto inquietante, marcado por la posición geográfica del país, atrapado en el medio de las guerras de Irak, Afganistán, Pakistán y el Caucaso. La cordura manda que las autoridades,
para evitar una guerra civil, devuelvan a Musavi los 11 millones de sus votos que fueron leídos a favor de Ahmadineyad.
Alí Jameneí tacha de “incontrolados” a los manifestantes, mientras promete revisar los votos, haciendo tiempo para calmar lo ánimos, y retomar las riendas del poder. ¿Será capaz de captar el mensaje enviado por la contundente realidad y gestionar el cambio?