Extracto del libro “40 respuestas al conflicto de Oriente Próximo”, escrito por Nazanin Armanian y Martha Zein, editorial lengua de trapo, 2007.

 

…..EEUU e Israel no podían acampar a sus anchas en Oriente Medio y deshacerlo si no hubiera ocurrido un acontecimiento que cambió nuestra  historia contemporánea: el derrumbe de la Unión Soviética.

El politólogo norteamericano Francis Fukuyama llamó a este fenómeno el “Fin de la historia”. Para él y su entorno, el siglo XX daba por terminada una larguísima novela romántica en el que triunfaban “los buenos” (el modelo político-económico del liberalismo) mientras “los malos” (el bloque del Este) desaparecían de la faz de la tierra, de modo que los vencedores se convertían en el único modelo viable para la civilización humana… y ya está.

Por supuesto que esta idea podría dar lugar a una nueva escritura de la Historia de la humanidad, en el que tuvieran cabida asuntos como el desarme, la disolución de la OTAN como pacto militar (por haberse convertido en algo innecesario una vez disuelto el pacto de Varsovia), o la canalización de los ingentes presupuestos militares hacia la eliminación de la vergonzosa pobreza que aún sigue azotando a la mitad de la humanidad… pero no se trataba de cambiar de narración, -hubiera obligado a buscar otros protagonistas, otros relatores, otros argumentos-, sino de no pasar de página. Habían descubierto que el negocio de armas era aún más beneficioso de lo que habían  imaginado  y no pensaban dejar escapar la ocasión.

Declarar el fin de la historia era convertir en algo viejo la aún vigente confrontación de los ricos-pobres del Norte-Sur. De un plumazo desaparecía una realidad bien contante pero poco sonante: unos 1.100 millones de personas del Primer, Segundo y Tercer mundo estrenaban el nuevo siglo hundidas en la miseria a causa de las guerras, el expolio y la explotación indiscriminada liderada por una minoría que en los tres mundos controlan las armas, la banca y la política. Se trataba de dar carpetazo a la historia para acabar con la memoria, hacer de ciertos datos algo viejo, por ejemplo, que el 6% de la población mundial posee el 59% de la riqueza total del planeta y que el 98% de ese 6% de aquella población vive en los países del Norte. En el propio Estados Unidos, 45,5 millones de personas malviven en la absoluta indigencia, según el último informe de su “Oficina de Censo”,  mientras que el 1% de las familias más ricas son propietarias de casi el 40% de la riqueza de la nación.

Había que impedir un nuevo mundo y en ello se empeñaron los pequeños porcentajes que concentran el poder y la riqueza. Entre los más interesados en que esto fuera así estaban las empresas militares, por eso sus valedores empezaron a buscar un nuevo enemigo más temible y duradero que “los rojos” y cambiaron de pigmento al enemigo: le llamaron “los verdes” (por el color de la bandera del Islam). Lo que hacía imbatible a ese nuevo rival era que además de “terrorista” resultaba geográficamente ilocalizable y que podía aparecer en cualquier sitio, como los fantasmas, motivo por el cual habría que extender el pacto militar por el ancho y largo del planeta.

Los nuevos relatores de la historia se dieron cuenta que si se cambiaban las fichas pero se mantenía el tablero, el juego parecería distinto aunque fuera el mismo. En esta nueva fase los invictos -los fabricantes de balas y misiles- engrasarían de nuevo sus armas, lo que daría más bríos al combate.

“No es momento para poner en peligro la capacidad que tiene Norteamérica de proteger sus intereses vitales.». Así es como fue capaz de explicarlo George H. W. Bush padre. El discurso que defendía ante el congreso norteamericano obedecía a este criterio: “Que los recortes presupuestarios amenacen nuestro margen de maniobra es algo que no aceptaré nunca. El mundo sigue siendo peligroso”. Con esta frase G. Bush H. orientaba el contenido del relato de la historia del siglo XXI hacia el “único sentido que debiera tener” la nueva era: “proteger sus intereses” y para ello tenía que hacer entender a la humanidad que los intereses de la comunidad internacional en su conjunto eran exactamente los mismos los intereses nacionales de este país.

Es así como empiezan a desfilar “nuevas” doctrinas que responden a un patrón común: justificar la hegemonía unilateral de EEUU sobre el mundo. El 11 de septiembre de 1990, el presidente George H. W. Bush proclamó el “Nuevo Orden Mundial” por el que el derecho internacional dejaba de ser resultado del consenso de los miembros de la ONU y daba paso a la imposición de las normas creadas a imagen y semejanza de los intereses de EEUU. Poco después, colocaba en manos de Dick Cheney y Paul Wolfowitz la tarea de confeccionar el “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano”, proclamando la supremacía de una hiperpotencia que busca dominar el mundo en todas las dimensiones del poder: económico, político, tecnológico, militar, y cultural.

El siguiente párrafo de la historia del incipiente siglo XXI se tituló “Choque de Civilizaciones”, promovida por  el “orientalista” británico Bernard Lewis, perfeccionado por el estratega estadounidense Samuel Huntington. Huntington que casualmente es administrador de la Casa de la Libertad (“Freedom House”), una asociación al frente de cuya administración estuvo el ex-director de la CIA, James Woolsey,  en su teoría proporciona una coartada doctrinal a la política hegemonista de Washington, que aspira conquistar las zonas que su punto de vista militar e industrial considera las “más estratégicas del mundo”. 

 

De este modo, lo que empezó como un artículo incendiario se convirtió en 1996 en un libro titulado “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial”, con apariencia de doctrina política. Lejos de ser un análisis riguroso sobre los motivos de los conflictos mundiales, se trata de un programa concebido en el seno del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos, que justifica el aumento de los créditos militares y el intervencionismo militar en las regiones donde se concentran los últimos recursos energéticos fósiles que pueden ser explotados.

 

Lo que después sucedió sólo ha tenido que adaptarse a esta lógica: tras la desintegración de la URSS hacía falta proporcionar una ideología de repuesto al complejo militar e industrial estadounidense y esta era “el choque de las civilizaciones”. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que la administración Bush imputó a un «complot islamista» y que fueron interpretados en Estados Unidos y Europa como la primera manifestación de un «choque de civilizaciones», respondían a esta estrategia.

 

 

En esta seudo teoría se asoman dos principios nuevos: el grave problema de la humanidad no es la brutal distancia que separa la pobreza que sufre más de la mitad de la humanidad de la riqueza acaparada por unos cuantos, sino lo conflictos que desencadenarán sus diferencias culturales. El segundo es que será EEUU y no la ONU quien arbitre esta  nueva situación.

El supuesto de partida es el siguiente: Tras la caída de la URSS, el principal conflicto lo protagonizan las civilizaciones incompatibles, ya no se trata de sistemas políticos ni ideológicos, entre otras razones porque el “único” sistema político viable es el de la democracia capitalista.

 

El planteamiento continúa con que en el mundo existen ocho civilizaciones, la hindú, budista, confuciana, musulmana, africana, latinoamericana, ortodoxa  y occidental, confundiendo lugares geográficos con las  religiones. Por si se tratara de un error, y no de una perversión de la realidad, no está demás aclarar que religión no es sinónimo de civilización. La civilización es un conjunto de recursos, conocimientos y actividades que caracterizan a un pueblo en el esfuerzo por asegurarse la supervivencia. La religión –el sistema de ideas fantásticas y sobrenaturales acerca de la creación- es sólo un elemento más de una civilización.

 

La segunda premisa gira en torno al peligro para una civilización occidental que a demás está  encabezada sólo y exclusivamente por EEUU. Por lo visto, si la alianza entre la “civilización” ortodoxa rusa con la confuciana china es peligrosísima, lo es mucho más el duo “confuciano-islámico” y el “hindu-ortodoxo”. En esa suma de pares reside el peligro que acecha a Occidente, cuando, de paso,  el  creador del choque de civilizaciones presenta a  los países musulmanes como árabes.

En estos momentos existen unos 52 países, con más de mil millones de personas, cuya población nominalmente es musulmana y los árabes sólo son una pequeña minoría. Hablan cientos de lenguas diferentes y pertenecen a cientos de etnias, culturas, historias diferentes y muchas veces contradictorias. Sólo en Indonesia, el país musulmán más poblado, con más de 300 millones de habitantes,  existen unos 350 grupos étnicos diferentes y alrededor de 400 lenguas. ¿Cómo se pueden simplificar identidades tan complejas? ¿Saben que culturalmente un paquistaní musulmán es más cercano a un indio hinduista que a un marroquí mohametano? 

 El mundo islámico no existe

Quizá se entienda más claramente mirando el otro lado de la balanza: el “mundo cristiano” ¿Cuánto tienen que ver un mejicano o un filipino cristiano con  sus correligionarios en Suecia o en Francia?

Es posible que este profesor de ciencias políticas de la Universidad de Harvard quisiera presentar la posible alianza político estratégica entre China, Rusia y las naciones “árabe-musulmanas” bajo el manto de lo religioso para manipular las convicciones de los creyentes de uno y otro bando y lanzarlos a una guerra religiosa… lo que sí es cierto es que a partir de estas hipótesis el “Choque de civilizaciones” deduce la confrontación entre el Occidente cristiano y el Islam desubicad. A un lado del ring está el mundo “civilizado” el Occidente, y al otro una especie de “Califato global” poco civilizado; si EEUU no actúa para retenerlo y/o civilizarlo, el segundo acabará con el primero. Así de claro.

Echando cuentas, quizá a lo que se refieran los autores del “choque” es que unos 1.200 millones de musulmanes que ni siquiera han podido recuperar sus sagrados territorios -ocupados por unos 5 millones de judíos- serían capaces de reducir a la nada todo un imperio,  o quizá sea que para este sector del establishment de EEUU, el peligro consista en que el petróleo, un bien cada vez más escaso en al tierra, casualmente está bajo los pies de estos millones de musulmanes, de ahí la necesidad de dominar sus territorios, otro medio de la contención de China y Rusia, sus verdaderas preocupaciones.

¿Nadie se pregunta cómo es que los palestinos “musulmanes” tienen que lanzar piedras y palos en el transcurso de sus Intifadas para luchar contra los tanques y caza bombardeos de ultima generación israelí, teniendo “hermanos musulmanes” como los jeques saudíes, reyes jordanos o presidentes indonesios? O ¿Cómo y por qué el 65% de los latinoamericanos “cristianos” que viven  bajo la línea de la pobreza pueden o deben aliarse con  el 2% de sus compatriotas “cristianos” que concentra el 80% de la riqueza de sus países?.  ¿No será que el “Internacional de Ladrones de Guantes Blancos carece de religión e identidad nacional?

Pero estas cuentas no forman parte del desarrollo de la teoría del “choque”, en su lugar lo que se explica es que este encontronazo de civilizaciones se debe al resentimiento de los pueblos del Medio Oriente, que observan con envidia el desarrollo de Occidente al constatar cómo su cultura no es capaz resolver sus conflictos, por eso políticamente recurren a la violencia. Y, claro, esa violencia está dirigida en gran parte al mundo occidental-judeocristiano. Así de sencillo.

Por cierto, ¿Por qué “judeocristiano” y no solo “cristiano”? Es aquí donde aparece Israel, ese país oriental que debe unirse a los occidentales cristianos para luchar contra los países musulmanes, porque si no… quedaría fuera de juego. Y por si las cuentas no terminan de salir, para refrendar que Israel forma parte de las futuras posibles potencias víctimas, se le da un lugar en la OTAN, así no queda ninguna duda.

Aunque el término «judeocristiano» en sus orígenes hacía  referencia a un pequeño grupo de los  judíos recién convertidos, hoy, su empleo es una manera de  recompensar  a los hebreos israelíes por su papel en Oriente Medio que ha ido en la misma dirección que los intereses de diferentes administraciones estadounidenses. Pero a esto tampoco hace referencia el cuerpo teórico del “choque de civilizaciones”, como tampoco explica qué choque sienten los jeques árabe-musulmanes saudíes cuando nadan en petrodólares de la mano de su colega cristiano G. Bush, por ejemplo.

Tal y como apuntó Fukuyama, la historia había muerto y si no, había que matarla… y con ella la memoria de ciertos hechos: por ejemplo, que unos 170 millones de niñas y niños –de todas las creencias y religiones- pasan hambre, 140 millones de ellos viven en la calle, 104 millones no van a la escuela, 10 millones son víctimas de la industria sexual…,

El 11 de septiembre de 2001 fue la prueba que G. Bush necesitaba para refrendar su planteamiento maniqueo sobre el Bien Absoluto y el Mal Absoluto; ese nuevo orden del mundo en el que el “eje del mal” estaba encarnado por el Oriente bárbaro mientras que el binomio occidente-civilización representaba el papel de justiciero.

Amparada bajo este paraguas, Estados Unidos se considera la «única nación libre de la tierra», encargada por la Divina Providencia de llevar «la luz del progreso al resto del mundo». Un pensamiento religioso de carácter apocalíptico, promovido por un renovado fundamentalismo cristiano que declara la guerra al pérfido enemigo que, casualmente, está asentado sobre un océano de petróleo.

El hecho que en el nuevo siglo una nación sea capaz de construir un ideario político basándose en una versión evangélica del fundamentalismo cristiano y que declare la guerra al fundamentalismo islámico ante los impertérritos ojos del mundo, por estrambótico que suene, tiene sentido para sus defensores, que además aseguran representar los valores democráticos. Hasta tal punto uno puede identificar a Dios con su propio proyecto y un absurdo puede convertirse en realidad de tanto repetirla se demuestra en sus más histriónicos detalles: Según el Financial Times el presidente G. Bush inicia sus jornadas arrodillándose para rezar, lee diariamente un devocionario y abre todas las reuniones de su gabinete con una plegaria; una vez tocado por la gracia divina, toma decisiones como la de rechazar la firma del Tratado de Ottawa, que prohibía la fabricación de las minas antipersona, o la de enviar misioneros de la Iglesia del pastor Graham a Irak para convertir a su población, mientras acosaba al país con bombardeos.

La osadía tiene numerosos ejemplos: otro proyecto llamado  “Guía Planificada de la Defensa” (Defense Planning Guidanse), estructurada en 1992, afirma que no puede emerger ninguna superpotencia rival en Europa Occidental, Asia o cualquier territorio de la antigua URSS, por eso EEUU “debe” emprender guerras anticipatorias o preventivas (“prevemptive attacks”), y así salvar a la especie humana de la amenaza de quienes a demás de ser bárbaros, poseen los grandes recursos energéticos.

Para llegar a escribir un párrafo tan bien medido y contundente, EEUU ha necesitado modificar el derecho internacional. En una estilizada y precisa estrategia se propone someter la soberanía de los Estados bajo su mandato, asegurando que es capaz de garantizar la seguridad interna de sus miembros. El primer paso es anular la ONU de sus funciones y llenar de un contenido nuevo a la OTAN alejado aparentemente de su perfil bélico: “salvar a los oprimidos de las dictaduras sanguinarias” y “apoyar las reformas democráticas en terceros países”. De esta manera, cualquier decisión tomada por los miembros de la OTAN guardaría una formalidad plural y democrática, y no que EEUU quisiera imponer su liderazgo…

Aunque los gobernantes de EEUU se sienten autosuficientes para controlar el orden del mundo, saben lo importantes que son los pactos de sangre. Un delito compartido une mucho más que la simpatía. Por lo que implica a la OTAN en sus planes expansionistas ilegales, comparte sus costas a la vez que la convierte en una locomotora que tira hacia delante la economía de sus estados miembros con el  incremento de los gastos militares. Para dar contenido a sus estrenadas “funciones humanitarias”, no le duelen en prendas inventar el nuevo concepto de “injerencia humanitaria”, e intervenir con las armas en cualquier estado que no pertenezca a la organización.

Las fuerzas de la ultraderecha que dominan la Administración Bush y que dirigen la OTAN atentan contra grandes conquistas sociales de los países miembros: restringen las libertades ciudadanas con escuchas y controles que invaden los derechos más elementales de las personas; se retiran del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM Treaty), firmado con los rusos en 1972 que fue la columna vertebral del equilibrio nuclear; rechazan someterse a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, dejando en manos de sus soldados destinados en las regiones como en Irak y Afganistán la posibilidad de cometer cualquier crimen o delito y salir impunes…

 

Los primeros párrafos del nuevo tomo de la Historia escrito por la elite del mundo muestran cómo EEUU no sólo sigue alentando el enfrentamiento en la región sino que es capaz de poner fin a logros importantes del pasado siglo como que las democracias se estructuren sobre una sociedad laica y un Estado aconfesional. En las antípodas de estos logros, el gobierno de Bush presenta a EEUU como el estado salvador y guardián de las tradiciones de una nación blanca-cristiana, y para ello está dispuesta a fomentar el odio contra los musulmanes (incluidos los emigrantes instalados en su país) con el fin de aglutinar votos racistas-fundamentalistas que le permitan mantenerse en el poder el máximo de tiempo posible.

La fórmula para alimentar esta confrontación exige tener dos caras, dominar el doble juego, vivir instalado en la falsedad o padecer esquizofrenia: por un lado se presenta como la única potencia con poder suficiente como para mantener el mundo en orden, para lo que hace ostentación de un arsenal -el mayor del mundo- en el que relucen brillantes tanto las armas convencionales como las de destrucción masiva, entre las que se encuentran unas 10.000 armas nucleares tácticas, armas biológicas, químicas, etc. Por otro, se asegura que sus ciudadanos son víctimas, acosados por un genérico enemigo musulmán. Para defenderles, sus gobernantes están dispuestos a hacer lo que haga falta, incluso alentar el acercamiento de los países musulmanes al eje Pekín-Moscú para que ese peligro precisamente sea mayor.  Por supuesto que este apoyo es aprovechado por los miembros de este eje ex rojo, sobre todo Rusia, que está resurgiendo de las cenizas de la URSS, de modo que la realidad parece cada vez más un traje hecho a la medida.

         Fuera de los pasillos de la Casa Blanca y la contabilidad de las multinacionales del armamento, quienes se beneficia de esta situación son la ultraderecha musulmana, judía y cristiana, que no dudan en utilizar a los creyentes para atizar el fuego de la ficción de “choque de civilizaciones” y  ponen con gusto la abotonadura de este traje bélico en perjuicio de movimientos democráticos que se esfuerzan con dificultad para que la religión se separe del apolítica y del Estado y recupere su lado espiritual, sobre todo en los países musulmanes.

La publicación de unas viñetas del  profeta Mahoma en una revista de ultrderecha noruega, que representa de forma burlesca al líder de los musulmanes con un turbante bomba, o el discurso del Papa Benedicto en el que afirmaba que “Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas” ¿son la consecuencia o parte del guión de una confrontación de laboratorio que ya empieza a dar sus frutos?.

Lo cierto es que ambas situaciones se produjeron en ámbitos que buscaban provocar las reacciones violentas de una parte del mundo musulmán; incluso desplegaron sus cámaras para dar fe ante la opinión pública occidental de hasta qué punto pueden airarse los ánimos o son agresivos los “contrincantes”.

Y llegados a este punto del relato del siglo XXI en el que todos estamos envueltos, lo último escrito es que en este choque de civilizaciones hacen falta dos partes. A tenor de todo lo escrito, la lógica de nuestro futuro comportamiento sería que si los que no son “nosotros”, los musulmanes, están agresivos lo que se espera es que nosotros, sus oponentes, respondamos con una agresividad mayor. De ahí que no debamos extrañarnos por las decisiones “civilizadoras” tomadas EEUU y sus aliados en Afganistán e Irak en estos primeros años de la nueva era, la reciente matanza del pueblo libanés y las futuras incursiones en el Medio Oriente y en cualquier otra nación “no cristiana-occidental”. Porque si nos extrañamos, si no respondemos de la manera adecuada… no habrá libro en el que se pueda incluir nuestra historia, ni narradores dispuestos a hacerlo…

         A no ser que estés dispuesto a leer libros como el que ahora tienes entre manos… tan llenos de preguntas.

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