Contaba Sherezade en una de sus Mil y Una Noches la historia de una mujer-hada, dotada de unas alas mágicas, que al ponérselas, volaba hasta tocar las estrellas. Un día, por su camino cruzó Hasan, quien se enamoró perdidamente de su belleza. En su afán de apoderarse de ella le robó las alas, ocultándolas en un lugar insospechable. Luego la desposó y para que ella olvidara el volar, le complació con hijos, joyas y sedas. Convencido de que había vencido el espíritu indomable de su presa, reanudó sus actividades en pro de aumentar su fortuna. Aquella mujer que nunca había dejado de buscar sus alas, las encontró, agarró a sus hijos y emprendió el vuelo hacia tierras lejanas, cruzando “siete cordilleras sin cumbres, siete mares sin orillas y siete desiertos sin límites”…

Una lucha por la libertad y la dignidad que a veces cuesta la muerte. El año pasado casi la mitad de las 72 mujeres asesinadas en la violencia doméstica eran extranjeras. Y en lo que va de éste año, tres de las cuatro víctimas del feminicidio en España, eran de otras tierras. Una auténtica sangría, siendo ellas solo un cuatro por ciento de la población del país. Frías estadísticas, cuerpos marcados por el sufrimiento y la frustración. Unas cifras que si por un lado reflejan la valentía de unas mujeres -en su mayoría latinas-, que se atreven a romper una relación no deseada, por otro, impiden que veamos el rostro de decenas de miles de mujeres miembros de determinadas comunidades inmigrantes que atrapadas en los malostrtatos diarios tragan sus gritos y nadie les oye.

Si bien es cierto que ambos sexos sufren las consecuencias del brusco cambio de pasar de ser ciudadanos a convertirse en inmigrantes (sinónimo de interminables años de dificultades, rechazo social, terrible sensación de desamparo, desarraigo afectivo, soledad y falta de una red familiar y social de apoyo, sensación de fracaso, desconcierto, perplejidad, y el agotador lucha por sobrevivir), los hombres además experimentan un proceso acelerado de la pérdida de autoridad y el cambio en los roles tradicionales; un choque contra su fondo cultural que legitima el control del hombre sobre la vida de su mujer, su objeto personal. Mientras ven cómo ellas se integran, encuentran trabajo y organizan a los hijos su machista orgullo ofendido se desahoga con el cuerpo de ellas, confundido con un saco de boxeo, en el que intercalan sutilmente algún beso con muchos puñetazos. Otra macabra realidad denuncia que los inmigrantes sufren el doble de tentativas de suicidio que la población española.

Mujeres que un día huyeron de los infiernos originados por la suma perversa de las guerras, la miseria, y las persecuciones étnicas y religiosas, para echarse a una aventura, rumbo a una tierra que prometía ser un lugar seguro para soñar sin miedo. Sin embargo, allí les acechaba una muerte violenta a manos de su pareja, y un reducido espacio en la página de sucesos de un periódico. Un ya ex pareja, otra víctima de una injusta situación, que se pudrirá detrás de los barrotes de una celda. ¿Culpable? A pesar de las opiniones anticientíficas y racistas que atribuyen esta tenebrosa realidad al origen de los inmigrantes, las únicas responsables son las circunstancias que arrancan a unas personas de sus hogares y les lanzan al “deshumanizante” proceso del desplazamiento forzoso.